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Rodolfo Walsh y la farsa de Theodor Herzl


14 de junio de 2025

A más de 50 años de la publicación de La Revolución Palestina y ante un recrudecimiento de las acciones expansivas y genocidas de Israel, la obra de Walsh cobra mayor relevancia.

David Acuña

“El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del capitalismo”; Abraham León (Auschwitz, 1944)[1].

Durante 1974 Rodolfo Walsh fue enviado por el diario Noticias al Norte de África y Medio Oriente para interiorizarse de primera mano de la cuestión árabe-israelí. De su paso por Argel, El Cairo, Damasco y Beirut, realizó una serie de entrevistas y notas que luego se recopilaron en la obra de divulgación conocida como “La Revolución Palestina”.

El trabajo de Walsh no solo tiene un carácter periodístico, sino que se inscribió dentro de la estrategia de la organización peronista Montoneros por refutar una a una las premisas sionistas que presentaban a los actos de la resistencia palestina como hechos irracionales y de grupos extremistas. Walsh termina probando que, si nos encontramos ante prácticas terroristas, las mismas parten del accionar del Estado Israelí y no de otros actores.

A más de 50 años de la publicación de La Revolución Palestina y ante un recrudecimiento de las acciones expansivas y genocidas de Israel, la obra de Walsh cobra aun mayor relevancia.

 

Israel: Estado implantado

“Historiadores ingleses afirman que en el siglo XVI vivían en Palestina menos de 4.000 judíos, en el siglo XVIII, 5.000, y a mediados del siglo pasado, 10.000 […] En 1900 había en Palestina 500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974 hay tres millones de israelíes y 350.000 árabes, no hace falta preguntarse dónde están las víctimas: están afuera de Palestina, expulsadas de su patria”.

Con estas palabras, a Walsh le interesa mostrar que el sentido común construido sobre el pasado judío de Medio Oriente no hunde sus raíces en los mitos bíblicos o de la Torá, sino que son producto de una construcción ideológica del sionismo a partir del siglo XX.

Efectivamente, en 1898, el austrohúngaro Theodor Herzl luego de un viaje a Palestina presenta a la región como una “tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo sin tierra”. De esta forma, “el palestino (sostiene Walsh) se convirtió en “el hombre invisible”, o si se quiere a la luz de nuestra experiencia nacional, en un “desaparecido” (agregamos nosotros).

Herzl, en su artículo El estado judío, plantea: “Si Su Majestad el Sultán nos diera Palestina, podríamos comprometernos a regularizar las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí un baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia. Respecto a los Santos Lugares de la cristiandad, se podría encontrar una forma de autonomía, aislarlos del territorio, de acuerdo al derecho internacional. Formaríamos la guardia de honor alrededor de los Santos Lugares, asegurando con nuestra existencia el cumplimiento de este deber”. El carácter racista y eurocéntrico del planteo de Herzl cae de maduro y es evidente.

En rigor de verdad, las personas de confesión judía habitantes de Europa, si alguna vez había tenido raíces en Palestina, ésta ya se había cortado hace dos mil años por lo menos. Si concediéramos la argumentación mítica-sionista sobre que las raíces de los judíos europeos se encuentran en Palestina, deberíamos considerar que las ciudades de Londinium (Londres) o Lutetia Parisiorum (Paris), debieran volver a manos de los romanos seguidores del dios Júpiter. Irracionalidades al margen…

La religión judía en Europa, como cualquier otra, es de carácter adopcionista. Entonces, ¿dónde se encontraban en Palestina los judíos de tiempos antiguos? Bueno, la respuesta tiene varias aristas.

En principio diremos que el Israel Antiguo nunca fue un Estado independiente, siempre estuvo subordinado con carácter tributario bajo la dominación de alguna potencia de turno (Egipto, Mitani, Babilonia, Grecia, Roma…). En segundo lugar, el pueblo hebreo se había expandido conformando colonias a lo largo del Mediterráneo, cuestión que se acelera luego de la derrota de la sublevación judía y destrucción del Templo en Jerusalén del año 70 por las tropas imperiales de Tito. Y, en tercer lugar, hay que señalar que el islam surgido como corriente religiosa en el siglo VII nunca llevó adelante conversiones masivas como el cristianismo occidental (en este punto es igual al judaísmo).

Por tanto, cabe preguntarse: ¿Dónde estaban los judíos del mundo antiguo? La respuesta no es otra que la siguiente: se habían islamizado, ya no eran judíos… los actuales palestinos, en buena parte, son los judíos o cristianos de la antigüedad que adoptaron otra forma religiosa. Masivamente, las actuales personas de identidad judía que habitan Israel son europeos implantados que descienden de aquellas colonias mediterráneas judías de la antigüedad o de viejas conformaciones sociales que en algún momento adoptaron el judaísmo como religión… no provienen de Palestina.

 

El mito del Retorno

Nuevamente la pluma de Walsh pone luz en el asunto:

“Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por aquellos banqueros que –como los Rotschild– veían venir la ola y querían que sus “hermanos” se fueran lo más lejos posible. A fines del siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de Budapest, Teodoro Herzl, su programa en las resoluciones del Congreso de Basilea de 1897 y su herramienta en la Organización Mundial Sionista.

El retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de que el país estaba ocupado por una población –500.000 habitantes– que desde la conquista islámica del siglo VII era árabe.

Los fundadores del sionismo negaron el problema”.

De esta forma, el sionismo no solo daba respuesta clasista y reaccionaria a las sociedades burguesas de Europa al desembarazarse de una población percibida como problemática, sino que la conformaba como cabecera de playa en la avanzada occidental capitalista sobre un Medio Oriente semita de confesión islámica. La verdadera sustancia del sionismo es bifronte: reaccionariamente clasista sobre los homologados como propios, y, profundamente antisemita sobre sus verdaderos ancestros ya convertidos al islam, los palestinos.

El planteado “Retorno” es un mito pues no se puede volver a un lugar al que nunca se ha estado. La Resolución de la ONU de 1947 que habilitó la creación del Estado de Israel no fue más que la convalidación de la conquista europea-sionista sobre Palestina presentada bajo la “fachada de hogar nacional”. La “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” fue toda una construcción retórica y reaccionaria que empujó al nuevo Estado a perpetrar un nuevo genocidio ante la mirada impávida de aquellas potencias que ya había perpetrado los suyos: británicos, yanquis, alemanes, turcos, japoneses...

Para aquellos que no comulgamos con el sionismo genocida, encontramos en la obra de Rodolfo Walsh una herramienta teórica más con la cual fortalecer la lucha antimperialista a nivel global. Volver a ella es una forma de alimentar la resistencia contra el opresor.

¡Por una Palestina con Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social!

 


[1] R. Walsh. “La Revolución Palestina”. Kolectivo Editorial Último Recurso; Rosario, pp. 9, 2006.

David Acuña

David Acuña, historiador, profesor y militante peronista. 

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