Qué lástima, pero adiós
23 de agosto de 2025
¿Cuántas cosas, de las tangibles y de las que no tanto, quedan atrás cuando se decide partir a otro paÃs? Con una nueva fuga de cerebros en plena ebullición y un aparato cientÃfico nacional que se cae a pedazos, tres investigadores comparten, en esta crónica de Marianela RÃos para la agencia CTyS de la Universidad Nacional de La Matanza. Experiencias en primera persona sobre el empezar, obligadamente, a hacer ciencia en otras latitudes, en otras coordenadas culturales. Acá, sus historias, sus deseos...y qué (nos) queda para el futuro de la ciencia.
MarÃa Eugenia pone el vestido en una bolsa. Lo plancha con la mano y lo guarda. Acaba de recibirlo de la tintorerÃa y va a dárselo a su sobrina para que lo guarde. Es su vestido de novia y fue también el de su abuela. Ahora que tiene que desprenderse de lo material, la prenda cayó en el lado de la lista de cosas que no se pueden soltar. ¿Cómo se arranca a los objetos el peso de sus historias? Guarda el vestido y arma cuatro cajas de libros que irán a parar a lo de una tÃa, con un par de muebles imposibles de llevar. El resto ya fue desmantelado. Ahora toca trasplantar lo queda a una nueva tierra. En la otra lista, la de cosas que no se puede olvidar, está su pasaporte, algo de plata y los pasajes. Primero, como una venda que se quita en dos tirones y apretando los dientes, dejará su Rosario natal hacia Buenos Aires. El último tirón será en Ezeiza.
El pasaje dice Aeropuerto de Barajas y la nueva tierra es Madrid.
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MarÃa Eugenia Cardinale se conecta puntual y sonrÃe a la cámara del meet pautado con los ojos apretados a través de unos lentes de marco grande, blanco y puntiagudo. Es una de las investigadoras que decidió irse del paÃs y exportar su conocimiento en los últimos meses. La famosa fuga de cerebros. Mientras habla sobre sus últimos 20 años de trabajo como docente e investigadora, de a ratos contiene los bordes de esa herida con silencios seguidos de inhalaciones que parecen no tener dónde desembocar.
La elección de Madrid no fue casual, ya habÃa estado en 2020 durante una estancia de investigación en la Universidad Complutense. Quedó varada por las restricciones de la pandemia y cuando pudo volver, algo ya habÃa quedado sembrado. Como doctora en Ciencias Sociales, especializada en Relaciones Internacionales, acá su vida se repartÃa entre múltiples trabajos en la Universidad Nacional de Rosario y la de Entre RÃos. En su rutina, las cinco horas de viaje una vez a la semana a Paraná eran algo a lo que se habÃa acostumbrado. A donde llegaba, plantaba su mochila como una bandera y lo convertÃa en su espacio no solo de trabajo, sino de militancia. Daba clases, mantenÃa reuniones y se juntaba con algunos de sus grupos de investigación. El que más le dolió dejar fue el último, sobre cooperación transfronteriza y seguridad ciudadana en el RÃo Uruguay, porque era de importancia para la comunidad. Sus compañeros —cuenta— quedaron en shock.
- No se la esperaban. Si bien yo venÃa diciendo que estaba la idea, una siempre piensa en resistir. Hasta que ganó Milei. SabÃa que iban a meterse con las universidades haciendo que se vuelvan imposibles de sostener. A eso se le sumaron varias cosas: una experiencia de maltrato que tuve en mi trabajo que fue horrible, que cobraba tres mangos y que nunca habÃa podido ingresar al CONICET, a pesar de que tengo una larga trayectoria en investigación. Todo eso hizo que tomara la decisión. Yo soy una militante de la universidad pública, pero sentà que el paÃs y la academia me estaban expulsando. Asà que dije: “Hasta acá llegué, me voy”.
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La primera vez que Walter se fue de Argentina tenÃa 30 años y estaba contento. Le habÃa salido la prestigiosa beca Erasmus Mundus para investigar durante un año en el PaÃs Vasco. Cuando volvió, hizo su doctorado con una beca del CONICET, el Consejo Nacional de Investigaciones CientÃficas y Técnicas, que es el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnologÃa en el paÃs. Y en 2012, cuando se recibió, se fue por segunda vez, ya sin un retorno definido. Esta vez a Chile. VolverÃa 10 años después, en 2022, con más que una ilusión bajo el brazo: la de toda una familia. Bajó del avión sonriendo a un futuro en el que por fin se iba a asentar. Un futuro certero —creyó— en un paÃs incierto.
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Walter se sienta cómodo en el sillón de su casa y mira la pantalla apoyando un brazo sobre el respaldo como quien va a charlar con alguien conocido, familiar. Tiene mejillas robustas y ojos finos que caen en pendiente, resguardados por unas cejas pronunciadas que sobresalen detrás de sus lentes. Walter Koza es doctor en Humanidades y Artes con mención en LingüÃstica y vive en Santiago de Chile. HabÃa retornado al paÃs en 2022 gracias al Programa RaÃces de repatriación de cientÃficos que vivÃan en el exterior y deseaban volver al paÃs. Estuvo casi dos años hasta que la posibilidad de volver a emigrar tocó de nuevo su puerta.
—Yo tenÃa muchas ganas de retornar a Argentina. Durante los 10 años que estuve en Viña del Mar, trabajando en la universidad, la pasé, por momentos, muy mal. Muy depre. Extrañaba bastante. Pensaba “la pucha, cómo habrá sido para mis abuelos polacos sin saber una palabra del español, o lo que debe haber sido irse exiliado”.
Walter habla rápido. Se nota que los años en el paÃs trasandino moldearon su hablar. Pero pasados los primeros minutos dejará la melodÃa que se inscribe en esa entonación que sube y baja como camino con badenes, para hacer pausas y pronunciar enfático ciertos modismos argentinos. Dirá que “le rompe las pelotas” las personas que dicen “hay que irse del paÃs” o que cuando era joven era “gorila”, pero que ya se “curó”.
También dirá que tomó la decisión de volverse a Chile cuando vieron que las cuentas en la casa no daban, que los proyectos que ganaba se daban de baja por falta de presupuesto y la posibilidad de un nuevo trabajo asomaba la esquina.
- Me acuerdo que habÃamos mandado un proyecto un viernes antes de las elecciones presidenciales de 2023 y lo cobramos en agosto del año siguiente. No nos alcanzaba para nada. Yo trabajo en Gramática, no necesito un laboratorio, ni un microscopio, pero sà libros, una buena computadora, una impresora… pero ni para eso tenÃamos. Igual, no me fui solo por lo malo, la propuesta de hacer investigación y docencia en la Universidad de Chile era muy tentadora y en la lógica neoliberal en la que estamos inmersos, la realidad es que el mercado no se pelea por quienes estudiamos FilosofÃa o Letras.
Entre diciembre del 2023 y abril del 2025, en Argentina hubo una inflación acumulada del 204,9 por ciento. Los salarios de investigadores y estipendios de becarios del CONICET cayeron un 35,9 por ciento en términos reales y la inversión en Ciencia se desplomó a niveles menores que el 2002, año en el paÃs estaba sumergido en una profunda crisis. Números certeros en un paÃs incierto.
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No nieva pero el frÃo cae copioso sobre la Ciudad de Buenos Aires. Es 28 de mayo y un grupo de personas se contagia en efecto dominó de otras que se detienen a mirar. Sobre la vereda pasa una multitud caminando con máscaras en la cara, capuchas, guantes y carteles. Una señora mira de reojo y continúa su andar, molesta. Llevan una bandera de metros infinitos. Una bandera argentina con una inscripción que nadie llega a leer. La intriga se va esparciendo a medida que la multitud baja las escaleras, mientras una boca de subte se traga todo, muchedumbre y bandera, hasta no dejar nada.
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El Polo CientÃfico Tecnológico es un conjunto de edificios que funcionan como sede de diversas instituciones en el barrio porteño de Palermo, hoy un elefante blanco que apenas mantiene algunas luces encendidas. Hasta allà llegan cientos de personas con carteles que rezan: “El cientificidio no es ciencia ficción, es una polÃtica en marcha”, “¿Fuga de cerebros? No, expulsión”; “Nadie se salva solo”; “La ciencia funciona, Juan”. Muchos de esos carteles hacen referencia a la consigna de la manifestación: El Eternauta. Es la historieta creada por Héctor Germán Oesterheld, que este año salió en formato serie por una plataforma de streaming. La consigna fue un acierto. Llama la atención de cualquiera que pasa.
La convocatoria fue organizada por la Mesa Federal por la Ciencia y la TecnologÃa y la Red Argentina de Autoridades de Institutos de Ciencia y TecnologÃa (RAICYT), entre otros grupos. En un punto medio del playón, hay una bandera argentina larguÃsima que recorre los ventanales con la palabra “cientificidio” y delante se abre una isla para que cientÃficos, becarios y representantes de instituciones tomen la palabra. Sobre la marea, cerca de ese núcleo donde confluyen los reclamos que se masifican en parlantes, hay una cabeza que sobresale. Debe medir casi dos metros y tiene una vista panorámica privilegiada de la escena. Mira satisfecho ese horizonte de capuchas, máscaras y afiches. Quince dÃas antes, en un aula de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata, ese hombre de rostro grácil vaticinaba una manifestación multitudinaria. Lo fue.
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La Plata puede ser un laberinto. Su trazado urbano no responde a las tÃpicas cuadras rectangulares sobre las que se esquematizaron los mapas de la mayorÃa de las urbes de Buenos Aires. Quienes no están acostumbrados dicen que sus calles son una trampa, que uno anda por las diagonales creyendo saber a dónde va y no sabe. Pero Santiago sabe. Hace muchos años que vive allà y suele moverse en bicicleta como quien conoce de memoria los recovecos de una casa que habita.
Son las tres de la tarde y del cielo solo quedan grietas que dejan pasar débiles rayos de sol sobre el patio de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. El edificio perteneció al ex Distrito Militar, lugar de tránsito obligatorio de los jóvenes que debÃan hacer el servicio militar obligatorio, y se nota. Conserva los muros perimetrales y una estructura que se alza alrededor de un playón central. Las aulas y oficinas son nuevas, vidriadas, con paredes blancas, imperceptibles. El color se lo dan los murales. Uno de letras blancas, amarillas y naranjas con fondo celeste se destaca: “Educación. La llave del candado”.
Santiago Liaudat es investigador, docente universitario, filósofo y uno de los representantes de la Mesa Federal por la Ciencia y la TecnologÃa, que se creó el 7 de diciembre de 2023. En ese momento eran 15 grupos de todas partes del paÃs y hoy son más de 32. Mientras abre con llave la puerta de un aula, cuenta que esa mañana tomó finales ahÃ, pero que no es un aula de su cátedra. Cuenta que, si lo fuera, habrÃa banderas de Argentina, una foto de Perón, de Chávez o Dussel. El lugar es pequeño y ordenado. Hay solo dos mesas grandes que ocupan casi todo el espacio. Otra vez los colores vienen de las intervenciones: un retrato del Che, el sticker de una wiphala, un afiche colorido en la pared que reza “Gozar es tan parecido al amor”.
Santiago saca un papel y dice que hizo la tarea, pero antes va a mostrarme el flyer de una acción conjunta con RAICYT y otros convocantes que —asegura— será multitudinaria. Después abre el papel y expone como si estuviera en una de sus clases.
—La fuga de cerebros se viene estudiando en Argentina y en el mundo, por lo menos, desde los años ‘60, pero todas tienen algo en particular. En este caso, pude identificar tres formas de fugas: una tradicional, que es aquella en la que la persona se va del paÃs porque no puede desarrollar su carrera debido a la falta de perspectivas de crecimiento, pero sigue formándose afuera; la segunda es la fuga del sistema, aquellos que dejan la investigación como opción de vida y se van a ejercer su actividad privada o profesional en otro ámbito; y el tercer caso que es el de cientÃficxs que siguen en el sistema percibiendo un ingreso, pero que empiezan a hacer tareas extras para llegar a fin de mes, que está todo el tiempo buscando la changuita.
Según el informe de dotación de personal del Sistema Nacional de Ciencia y TecnologÃa, desde enero de 2024 hasta marzo del 2025 se fueron 4148 profesionales. Respecto a los ingresos a CONICET, de los 845 aspirantes de la convocatoria 2023, solo ingresarán 400; mientras que aún se encuentran sin respuesta los 850 postulantes de 2022.
La fuga, dicen, recién comienza. Un informe de Ciencia Propia dio cuenta que el 69 por ciento de jóvenes becarios y becarias doctorales y posdoctorales encuestados evalúan irse del paÃs. Algunos ya lo tienen decidido, otros están buscando dónde. Las razones principales son la poca previsibilidad y perspectiva de futuro, la falta de financiamiento y los bajos salarios.
— Lo peor es el desánimo general y la preocupación por la formación de nuevos cientÃficos. Tengo un chico que se está por doctorar y no tengo nada para ofrecerle. La ciencia es como una cadena que no se tiene que cortar, un sistema complejo, abigarrado, de muchas relaciones. Lo que estamos enfrentando es una pérdida de esa complejidad, un deterioro sistémico, donde podemos quedar algunos átomos, pero perdemos todo lo que construye sistema.
Afuera, el cielo se apaga tormentoso.
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La noche del 15 de agosto de 2023 el entonces candidato a presidente Javier Milei estaba en vivo en el programa del periodista Jonatan Viale, en el canal La Nación+. Parado frente a un afiche de dimensiones importantes, que contenÃa una especie de organigrama de la administración pública, era consultado sobre el futuro de cada uno de los ministerios en caso de ganar las elecciones. Cuando el periodista nombró las palabras “Ciencia, TecnologÃa e Innovación”, Milei tachó con un fibrón el rectángulo que representaba esa área.
— Eso que quede en manos del sector privado.
— ¿Y el CONICET? —le pregunta el periodista.
— Que se ganen la plata sirviendo al prójimo como hace la gente de bien.
— ¿Y qué vas a hacer con la gente que trabaja ahÃ?
— ¿Qué productividad tienen? ¿Qué han generado?
— Desarrollo, investigación…
— No se nota.
Cuatro meses después de esa noche, Javier Milei asumió como presidente de la nación y, entre otros ministerios, degradó el de Ciencia y TecnologÃa a secretarÃa, derrumbando su presupuesto. El CONICET, reconocido como la mejor institución de ciencia en Latinoamérica, no pasó al sector privado, pero sà sufrió las medidas de desfinanciamiento en el que quedó envuelto el ámbito cientÃfico.
En Argentina, el sistema de investigación es un gigante de dos cabezas, que se estructura principalmente en torno al CONICET y las universidades nacionales, con la participación de diversos organismos e instituciones. Más de 11 mil investigadores y 10 mil becarios de doctorado y postdoctorado lo integran, trabajando en Centros CientÃfico-Tecnológicos (CCT), Centros de Investigaciones y Transferencia (CIT) y más de 300 institutos exclusivos de doble y triple dependencia con otras instituciones y universidades nacionales. En estas últimas, se calcula, según los últimos registros en el año 2023, que hay más 46 mil investigadores, mientras que la cifra cae en las privadas a poco más de 6 mil, otro sector que cayó en desgracia, donde los investigadores destinan parte de sus horas como docentes. El presupuesto nacional para financiar el sistema público de las universidades nacionales es actualmente el más bajo desde 2005 y los salarios docentes fueron los más afectados por los recortes.
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Migrar: trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Dicen quienes migran que irse de su paÃs es un poco perder el hogar, que si pasa mucho tiempo afuera, ya no se es de acá ni de allá. Dicen que el cuerpo está un lado y la cabeza en el otro. Que uno nunca vuelve, siempre se está yendo. Pablo hace ocho años que se está yendo de lugares. Se fue de Argentina en 2017 a Francia, se fue de Francia en 2019 a Inglaterra y se fue de Inglaterra a Argentina en 2023. Volvió como investigador asistente del CONICET con sede en la Universidad Nacional de La Plata. Bajó del avión y al otro dÃa se presentó en el laboratorio. Recuerda cómo todos los saludos se parecÃan: “Hola, qué momento elegiste para volver”.
Pablo Calzadilla es doctor en Ciencias Biológicas y estudia los procesos regulatorios de la fotosÃntesis.
— Es más que nada entender cómo funcionan las respuestas de las plantas, tratando de tener una visión de cómo podemos hacer para generar mejoras a nivel agronómico — detalla con un tono liviano, con una modestia que recorre cada una de sus palabras y gestos.
Durante el año y medio que estuvo en Argentina, dice, pasó de todo. Con los años en el exterior perdió la gimnasia de comprender que el dólar se dispara y los precios aumentan, que cobrás un sueldo y a la otra semana otro. También se juntó con amigos y comió asados en Quilmes, donde está su casa y viven sus padres. Experimentó eso que todos llaman “lo mejor y lo peor” de Argentina. Hasta que la situación laboral empeoró.
— Me la pasé escribiendo un montón de proyectos. Uno lo gané y nunca me lo pagaron y los otros los presenté y después cerraron las convocatorias. Los salarios eran cada vez más bajos y empecé a pensar que quizás tocaba de nuevo irse, asà que empecé a buscar y me salió este puesto en la Comisión Atómica francesa. La sensación fue fea, sentà que estaba abandonando el barco, pero todos me decÃan que acá no podÃan ofrecerme mucho más, no habÃa perspectiva de nada, y en diciembre de 2024 me fui.
Pablo es de esas personas que habla con las manos y enfatiza con las cejas. Tiene 38 años y lÃneas que señalizan, como en un mapa, las expresiones que surcan su rostro. Está sentado en la oficina que era de su jefa, una cientÃfica argentina, hoy jubilada, que se habÃa exiliado por la dictadura e hizo carrera en el exterior. Ella fue quien lo contrató en 2017 cuando se fue por primera vez. De ese momento, recuerda el dÃa exacto en que tuvo la entrevista. Estaban sentados en una cafeterÃa frente al Palacio Pizzurno, un edificio de arquitectura monumental francesa, donde funciona históricamente el Ministerio de Educación en Argentina.
— Me preguntó: “¿Y vos cómo te ves en el futuro?” y yo le dije que querÃa volver y ser investigador del CONICET. Lo tenÃa muy decidido. Y volvà con el Programa RaÃces, que hasta ese momento funcionaba muy bien, pero bueno... Por ahora, me voy a quedar en Francia. Recién llegué. Pero casa es casa y la idea de volver siempre está.
Siempre está, dice.
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Las historias de migrantes son historias de redes. Kilómetros de hilos que se tejen tirantes. MarÃa Eugenia formaba parte de la Red de Politólogas de Argentina. Cuando se fue, la sumaron al grupo de Europa. Desde allÃ, colegas la ayudan a buscar trabajo, le dan tips para postularse en empleos, la contactan con ONGs para, como ella misma dice, “despuntar el vicio” con voluntariados hasta que pueda validar sus tÃtulos y conseguir un puesto en investigación o gestión.
— No es menor que sean mujeres. La Ciencia PolÃtica y las Relaciones Internacionales son ámbitos ultra patriarcales. Ves las charlas y la única mujer que hay es la que modera.
De un lado o del otro del continente, los hilos en su vida tiran de la mano de mujeres. El último dÃa en Argentina lo pasó en el departamento de su prima en Capital Federal. Era octubre, pero la noche estaba templada. Caminó por las calles de San Telmo como si fuera la protagonista de Medianoche en ParÃs, una excursión nocturna, pero bajo un cielo porteño acompañada por dos amigas y su prima, donde las anécdotas fueron el viaje en el tiempo. Asà se despidió. Entre adoquines y alguna que otra gota que no cayó del cielo.
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Pablo toma el libro y escribe una nota. El aire cálido del verano en Manchester le recuerda a los inicios de primavera en Argentina. Es un dÃa de semana cualquiera, aunque no para él. Es su último dÃa en Inglaterra y llega al laboratorio. Camina los últimos pasos en ese lugar donde trabajó los últimos cuatros años de su vida. Entra a la oficina de su jefe y le da el libro. Uno de fotos nÃtidas que atraviesa los paisajes geográficos argentinos a lo largo y ancho de ese territorio vasto, abundante, lábil, al que vuelve. Su jefe recorre con la mirada la tapa del libro, lee la nota en silencio, se levanta de su silla y lo abraza. La nota dice: “Gracias por todo lo que me enseñaste. Como dijo Bernardo Houssay, 'la ciencia no tiene patria, pero los hombres de ciencia la tienen'. Es momento de volver a casa”.
Más tarde se subirá al avión con destino al Aeropuerto de Ezeiza. Y creerá que esa es la vuelta. Aunque dicen, quienes migran, que uno nunca vuelve, siempre se está yendo y él se volverá a ir. Pero, ese dÃa, bajo el sol templado que no abunda en Manchester, Pablo es pura ilusión.