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La crueldad al poder: apoteosis de una democracia negada


16 de agosto de 2025

"Soy cruel.", sin tapujos ni eufemismos la afirmación del presidente Javier Milei no es una confesión, sino una declaración de principios. En un mundo que se rige cada vez más por la tecnocracia y la eficiencia, la crueldad ha sido elevada a una herramienta de gobierno, un emblema que define un nuevo tipo de política o de genocidio.

Maximiliano Peluso

Un nuevo lema "la crueldad al poder," se erige como la antítesis de la potente consigna que resonó en las calles de París en Mayo de 1968: "la imaginación al poder". Donde los estudiantes y trabajadores buscaban liberar la creatividad, los sueños y los anhelos de una comunidad para oponerse al racionalismo tecnocrático, la nueva derecha parece haber trocado esa aspiración por una filosofía destructiva que pone el eje en la destrucción del prójimo en pos de una rentabilidad sin precedentes.

A diferencia del capitalismo industrial de los "Tiempos Modernos" de Chaplin, donde el ser humano era una extensión de la máquina, hoy nos enfrentamos a una nueva fase: la cuarta revolución industrial, que amenaza con una destrucción total del sujeto, reemplazado por la robótica y la IA. En este contexto, la política de la crueldad condena a una vasta cantidad de seres humanos al hambre y la exclusión, desde Gaza hasta la Argentina, al considerarlos no ya solamente explotables o reemplazables, sino simplemente innecesarios.

Abordar la emergencia de este nuevo lema, "la crueldad al poder," es indagar en las profundidades de estas viejas/nuevas ideologías que, en el nombre de la eficiencia y el orden, están forjando una sociedad incapaz de crear una comunidad de iguales en dónde los sujetos puedan realizarse.

 

¿Discurso de campaña o anticipación de futuro?

"Sí, soy cruel. Soy cruel, 'kukas' inmundos. Soy cruel con ustedes, con los gastadores, con los empleados públicos, con los estatistas..." En un evento de recaudación de fondos, el presidente Javier Milei no solo profirió una frase sin filtro, sino que identificó a sus enemigos en aquellos a quienes su programa de gobierno apunta a aniquilar: trabajadores, opositores o quienes necesiten asistencia estatal. Este no es un discurso de campaña, es un programa de gobierno que se traduce en acciones concretas como los recortes a la discapacidad, las universidades y los salarios públicos. La crueldad no es una narrativa, es una práctica.

La irrupción de Milei no es casualidad. Es el resultado del déficit político de las opciones populares y de una sociedad que parece haber perdido la capacidad de asombro ante la crueldad. "La crueldad al poder" es la máxima expresión de una ideología que, disfrazada de cambio, tiene como único objetivo reinar para los ricos y condenar a las mayorías al hambre. El eje de este problema no es solo filosófico, sino también práctico, ya que ninguna sociedad puede sostenerse con un 50% de pobreza. Lo que se propone es lisa y llanamente una concentración de poder donde el líder se erige como un monarca.

La derrota en el Congreso, donde los diputados dieron media sanción a proyectos de financiamiento a políticas públicas de protección, dejó expuesta esta cuestión. En su respuesta, el presidente realizó una cadena nacional para reiterar que el déficit cero no se negocia, aún a costa de quienes más necesitan del Estado. Mientras se recorta en salud y educación, los intereses de la deuda se pagan a costa de la vida de muchos compatriotas, demostrando que solo habrá dinero para el capital, pero nada para la gente.

Entender la crueldad de este gobierno no es solo entender una narrativa entre buenos y malos, sino una práctica de gobierno. Lo más impactante no es lo que dicen en sí mismo, sino el silencio del campo popular y de aquellos que tienen la responsabilidad de dialogar con las mayorías para evitar que la crueldad se convierta en las nuevas formas de la democracia.

 

Crueldad como retórica y como táctica política

A lo largo de la historia política moderna en Latinoamérica, la derecha ha sustentado sus medidas de ajuste económico en un vocabulario cuasi religioso: "sacrificios necesarios", "ajustarse el cinturón" o "pasar el invierno". Todas estas frases, si bien reconocían el dolor, buscaban evocar un acto colectivo y voluntario que, a la larga, solo benefició a las minorías. La retórica de Milei rompe de forma deliberada con estas estructuras. A través de la "crueldad", rechaza el sacrificio colectivo y lo reemplaza por un castigo inexorable, un quiebre que busca proyectar fuerza y una honestidad brutal. Para el presidente, este discurso no es solo una provocación, sino una forma de construir un enemigo claro y de reafirmar su determinación y el castigo frente a quienes lo desafían.

Pero esta retórica va más allá de un simple discurso. Como nos recuerda Michel Foucault, el poder no solo reprime, sino que también produce sujetos y saberes. Un discurso que legitima la crueldad como un medio para lograr un fin (el orden macroeconómico) no es más que una vieja práctica de normalización y disciplinamiento de la sociedad a los intereses de las élites. Esta "nueva retórica" intenta transformar una práctica de poder en una narrativa de benevolencia: el líder es bueno con quienes obedecen y castiga a las "ovejas descarriadas". Sin embargo, esta "cirugía sin anestesia" corre el riesgo de caer en lo que Hannah Arendt llamó "la banalidad del mal". Milei no busca ser un monstruo, sino normalizar la crueldad solo hacia aquellos que atentan contra el "bien común", haciendo que quienes aceptan las reglas y se callan no tengan nada que temer.

Pero las consecuencias del ajuste están ahí, son insoslayables. Despidos masivos en el sector público, desfinanciación de la política sanitaria, desfinanciación de la seguridad social y los jubilados, desfinanciación de políticas sociales y represión son el caldo de cultivo en el que la crueldad deja de ser una retórica para convertirse en una realidad insoportable.

El lenguaje de los economistas y tecnócratas suele ser aséptico y despojado de emoción. Hablan de "reducir el déficit", "reordenar las cuentas" o "eficiencia del gasto público". Sin embargo, detrás de cada una de estas frases se esconde una decisión que tiene un impacto directo y, para muchos, devastador.

“Soy cruel”, no es ni más ni menos que el reconocimiento de la verdadera naturaleza de estas decisiones, no es un simple ajuste contable, es admitir una política que impone un sufrimiento intencional a una gran parte de la sociedad. Los despidos masivos en el sector público van más allá de un número en un balance fiscal, sino que se trata de la pérdida de ingresos de miles de familias, es angustia, es incertidumbre.

Los recortes en la obra pública no solo generan desempleo en el sector de la construcción, sino que también afecta la calidad de vida de las comunidades. Un hospital a medio construir, una carretera sin terminar o una escuela sin finalizar se convierten en símbolos de una promesa rota y de una carencia que perjudica a toda la sociedad, en especial a los más vulnerables.

La quita de subsidios al transporte, la electricidad y el gas tiene un efecto directo y cruel en el bolsillo de los ciudadanos. Lo que para un economista es una "distorsión de precios", para una familia de bajos recursos es la imposibilidad de calentar su hogar, de viajar a su trabajo o de tener la energía necesaria para vivir dignamente. El desfinanciamiento de hospitales, universidades y escuelas públicas es un acto de crueldad sistémica. Reduce la calidad de la atención médica para quienes no pueden pagarla y limita el acceso a la educación superior, cerrando puertas al futuro de miles de jóvenes. Es un mensaje directo de que el Estado no ve en la salud y la educación derechos inalienables, sino gastos prescindibles.

 

La crueldad al poder: el fin de la retórica política

Para ir resumiendo, la crueldad aparece en el discurso de Milei no como una virtud necesaria, sino como un costo inevitable para el cambio, para construir una Argentina para la “gente de bien”, es ni más ni menos que la deshumanización de la política en su máxima expresión.

La pregunta de fondo, es dónde está la oposición, los que tienen que estar en la primera línea de la defensa de las mayorías, los que enarbolaban hasta no hace poco la justicia social, y que hoy parecen hacer de la política un acto especulativo resumido en un “cuando peor mejor, así nos votan”. El silencio de algunos dirigentes no es increíble, sino apabullante, en lugar de ponerse a la cabeza de la resistencia a un gobierno cruel, destructivo y deshumanizante, prefieren llamar a la no provocación y a esperar, como si alguien pudiera esperar los comicios para comer, viajar, tener un trabajo o simplemente vivir.

En una época de polarización, de eufemismos y desesperanza, dónde se debaten ya la vida y la muerte, la pregunta que queda flotando en el aire es si la sociedad argentina está dispuesta a aceptar la crueldad como un precio a pagar por el cambio, por el equilibrio macroeconómico, o si este es un límite que la política y la sociedad no deberían dejar pasar.

Maximiliano Peluso

Antropólogo, UBA.

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