Inspectores de democracias
03 de agosto de 2024
En Venezuela ganó Maduro y el resultado lo defiende un pueblo organizado en la calle. Mientras tanto, en Argentina, gran parte del sistema polÃtico debate sobre la legalidad de los comicios. Un botón de muestra más para observar la profundidad con la que se incrustan los intereses geopolÃticos de los Estados Unidos en la dirigencia local.
Desde el año 2004 hasta el presente, cada vez que el pueblo de Venezuela va a las urnas, el candidato opositor denuncia fraude, desconoce el resultado y activa una intentona destituyente contra el gobierno bolivariano.
La única razón por la que los resultados electorales en Venezuela son discutidos desde hace dos décadas en el mundo entero, cualquiera sea el resultado, cualquiera sea el mecanismo por el que se intentó transparentar el proceso electoral, cualquiera sea la forma en que se comunicó, es por la sencilla razón de tener un gobierno que planifica la vida política, económica y social del país en franca contradicción con los intereses geopolíticos de los Estados Unidos.
Quienes hoy baten el parche de la democracia para cuestionar la legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro, no tienen ningún problema en firmar comunicados con Perú, donde gobierna Dina Boluarte tras un golpe de Estado y carga con decenas de muerte sobre su espalda; o con el presidente de Haití, votado por nadie, o el de Guyana, electo una semana después de proclamado presidente su rival electoral. Aún más, en relación a Venezuela, han reconocido como presidente a un personaje como Juan Guaidó, autoproclamado presidente y reconocido por gobiernos adictos a Estados Unidos, como lo era el de Mauricio Macri en Argentina.
No debe haber antecedente más vulgar en la historia de la acartonada democracia moldeada por Estados Unidos para Occidente, que el reconocimiento legítimo y legal de una presidencia como la de Juan Guaidó, un fenómeno para la risa, antes que para el análisis político honesto.
En Venezuela ganó Maduro. Así lo votó su pueblo, así lo reconoció el CNE (Consejo Nacional Electoral), así lo sostiene la gran mayoría de las naciones que no siguen el libreto construido por Estados Unidos, gobernada por un hombre que no puede recordar el nombre de sus propios ministros y que obtuvo en la elección que lo proclamó presidente, menos votos que quien terminó derrotado.
Ninguno de los que le exigen actas, papeletas, publicación de resultados, códigos de barras o certificados de legalidad al gobierno de Venezuela, fue a revisarle a Estados Unidos los resultados de la última elección, a pesar de la ostensible denuncia de fraude encabezada por el candidato opositor, y tras la toma del Capitolio en el marco del desconocimiento del resultado que pusiera a una persona senil en el sillón presidencial.
En Venezuela, entonces, ganó Maduro. Para lo único que sirve el debate montado en nuestra Patria sobre la legalidad del resultado, es para poder observar muy nítidamente la profundidad en la que están incrustados los intereses geopolíticos de Estados Unidos en el sistema político argentino, en cualquiera de los rincones de la grieta en el que se prenda la luz y desnude los hilos norteamericanos sobre cada cobarde que firma un comunicado para caerle simpático a los yanquis.
En la vulgaridad del libreto colonialista no solo se inscribe la bravuconada de un gobierno sostenido para ofrecerse como pantalla tras la cual se materializa un saqueo de nuestra Patria inédito por su velocidad y profundidad. En el mismo guión, se anotaron legisladores de Unión por la Patria, la secretaría de relaciones internacionales de la CGT encabezada por Gerardo Martínez de la UOCRA y un variopinto arco de dirigentes políticos que vienen asaltando el Movimiento Nacional hace años para lanzar su sentido y rumbo por un desbarranco ideológico que nos explica el trágico momento en el que estamos parados.
Sergio Massa, con más visitas a la embajada norteamericana que votos propios, los diputados de Unión por la Patria, escondidos en una lista sábana que les asegure el conchabo; Matías Kulfas, que jamás se sometió a una elección en toda su existencia vital y Facundo Moyano, a título de cobrador de peajes, son algunos de los nombres que se apresuraron en pedirle al gobierno de Venezuela que muestre las actas del resultado electoral, como si fuera un asunto de su incumbencia, o como si tuvieran otro interés en inspeccionarle la democracia a Venezuela, que dejar asentado en Estados Unidos que pueden contar con su voluntad política para enderezar el colonialismo en la Argentina.
Otros eligieron el silencio, no sea cosa que se sospeche en Estados Unidos que andan forjando sentido político con la pretensión de construir un bloque regional en nuestra América que ponga en perspectiva desafiar la hegemonía norteamericana en la planificación económica de la riqueza al sur del Río Bravo.
Un silencio que no sorprende en medio del desierto ideológico que atraviesa al movimiento nacional en este tiempo histórico, marcado por la desorientación sobre el rumbo y los desafíos que nacen de la brutal crisis de representación política gestada en el corazón de una tragedia social cuya profundidad aún no encuentra fondo.
En Venezuela ganó Maduro y el resultado lo defiende un pueblo organizado en la calle. Los dirigentes políticos que frecuentan las representaciones políticas de Estados Unidos, no logran enderezar una estrategia destituyente eficaz desde hace más de 20 años, menos aún, han logrado acumular poder institucional para imponer condiciones de dependencia económica en el país en el que les tocó nacer.
En Venezuela ganó Maduro, el que gritó ser un soldado de Perón en medio de los festejos. Y quizás haya más información sobre la democracia en las dificultades que enfrenta una Nación que se pretende libre, que en el agotado relato de los inspectores de democracia que han asaltado el peronismo para postrarlo ideológicamente, frustrar a su militancia y conducirnos a una derrota que está condenando a nuestro Pueblo a un dolor social injustificable.