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El Eternauta, entre la historieta y la historia


10 de mayo de 2025

La serie de Bruno Stagnaro actualiza la obra de Héctor Oesterheld en clave contemporánea y activa debates sobre Malvinas, la dictadura y la memoria.

Alejandra Rodríguez

Las series y los filmes, con o sin una intencionalidad política explícita, constituyen fuentes culturales de una época. Condensan memorias, representan identidades individuales y colectivas y, por tanto, tienen el potencial de agitar el debate público. Lo logran al conmover, generar empatía y acercarnos a mundos lejanos. Por eso muchas veces se vuelven parte de nuestros afectos y biografía.

El estreno de El Eternauta activó intensos debates en redes sociales y medios tradicionales. Muchas de las interpretaciones se anclaron en la historia reciente, funcionando como vehículos de posicionamientos políticos actuales. En esta nota reflexionamos sobre una de las decisiones centrales de la adaptación audiovisual, para analizar luego las acciones y conversaciones que tuvieron lugar en el espacio público, vinculando la serie con la memoria y la historia contemporánea.

La serie, dirigida por Bruno Stagnaro, es una adaptación de la emblemática historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, publicada originalmente entre 1957 y 1959 en la revista Hora Cero Semanal. Por su éxito y la potencia de su trama, tuvo numerosas reediciones, reversiones y continuaciones. Se republicó en 1962 en tres volúmenes, la revista Gente intentó una remake a fines de esa década y en 1976 se lanzó una edición de 350 páginas. Incluso se escribió una segunda parte en la clandestinidad, atravesada por la censura y el terror. La historieta se convirtió en una obra clave de la ciencia ficción argentina, abierta a múltiples lecturas y fuertemente ligada a su contexto de producción: el que siguió al golpe militar que derrocó a Perón, proscribió a este movimiento político y dio inicio a la llamada “resistencia peronista”.

Transponer es como olvidar recordando

La transposición que realiza Stagnaro altera el tiempo pero no el espacio: la invasión sigue ocurriendo en una reconocible Buenos Aires, ya no de los años 50 sino del presente de su director, que es el nuestro. Esta operación le permite caracterizar al protagonista: Juan Salvo como un ex combatiente de Malvinas, que debe enfrentar a un nuevo enemigo que desea adueñarse del suelo que habitamos. La nieve, la invasión y la posterior dinámica del espacio militar en Campo de Mayo actúan como detonantes que reactivan el trauma. Así, la historia—tanto la personal del protagonista como la colectiva de los excombatientes—emerge como una memoria traumática de lo vivido en las Malvinas, cuya presencia se materializa no solo en el relato, sino también en lo visual: la geografía insular y el puerto son evocados tanto verbalmente como a través de la simbología en la chaqueta del personaje durante la última secuencia de la serie. Sin embargo, es significativo que el conflicto bélico con Gran Bretaña sea frecuentemente aludido mediante el término genérico “las islas”, un apelativo que, opera en dos niveles: por un lado, da cuenta de una elipsis lingüística común en el imaginario argentino, donde lo tácito carga con el peso de lo político; por otro, esta imprecisión terminológica facilita la identificación de un público global, al tiempo que permite una lectura local y generacional específica. La ambigüedad, en este caso, no es mera vaguedad, sino un recurso narrativo que amplía los alcances del relato.

La elección dramática y narrativa invita a dialogar acerca de Malvinas, que sigue resultando incómodo en muchas aristas. Cabe señalar que el mundo audiovisual fue pionero en buscar su visibilización, desde 1984 aun cuando el contexto social era indiferente u hostil a la conversación pública.

La puesta en primer plano de los exsoldados —el héroe vital, Juan Salvo, y el héroe sacrificial, su compañero— invita a interpelar a los más jóvenes sobre qué fue Malvinas, quiénes fueron esos “ya no chicos” sino “hombres” de guerra, y cuál fue la responsabilidad de la dictadura en la muerte de más de 600 soldados y los más de 300 suicidios posteriores al conflicto.

El pasado en movimiento

Como todo gran estreno, la serie fue acompañada por una intensa campaña gráfica. Allí se desplegaron intervenciones que dialogan con las prácticas públicas de la historia y la memoria.

Una de las acciones más difundidas fue la pegatina sobre afiches callejeros con los rostros de Héctor Oesterheld y sus cuatro hijas desaparecidas, dos de ellas embarazadas.

Esta intervención avivó el debate sobre los crímenes de la dictadura. La acción fue registrada y multiplicada en redes por distintas personas y organizaciones. Por ejemplo, la agrupación HIJOS publicó en Instagram: “¿Estás mirando El Eternauta? Si naciste en noviembre de 1976 y tenés dudas sobre tu identidad, seguimos buscando a los nietos o nietas de HG Oesterheld y Elsa Sánchez”, en alusión a las hijas Diana y Marina, embarazadas al momento de su desaparición.

La biografía del novelista gráfico pasó a ser una suerte de spin off de la serie. Redes sociales, columnas de radio, secciones en los canales de streaming le dedicaron espacio a contar su historia, participación política, así como el caso de su desaparición y la de sus hijas, a la vez que apelaban como siempre a recabar nueva información sobre lo sucedido.

Otras acciones señalaron el centro clandestino “El Vesubio”, donde fue visto por última vez el autor de la historieta. Estas intervenciones sirven para visibilizar no solo qué fueron estos centros de detención, sino también para divulgar el estado de los procesos judiciales actuales. En el mismo sentido, uno de los nietos de Oesterheld —Martín Oesterheld, productor y guionista de la serie— ha relatado en entrevistas su paso por ese centro clandestino cuando tenía cuatro años.

Una invitación a revisar la historia

La ficción nos ayuda a imaginar el pasado y el futuro, pero también tiende puentes entre la imaginación y las sociedades que la producen. En el caso de El Eternauta, su capacidad de llegada masiva la convirtió en una invitación a revisar la historia, a pensar Malvinas y a interpelar sobre los sujetos cuyo destino aún permanece desconocido. Las acciones individuales y colectivas que intervienen sobre la historia y la memoria demostraron estar vivas, disputando sentidos invitando a volver sobre lo documentado, que en tiempos de negacionismo y apología del terrorismo de Estado se vuelve una cuestión necesaria. 

 


Fuente: la nota fue publicada originalmente en la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ

Alejandra Rodríguez

Docente, investigadora y directora de la Licenciatura en Historia en la UNQ.

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