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Tatuajes que ya no son


14 de junio de 2025

“No me dejen solo, hijos de puta”.

Agustín Sosa

El martes pasado sucedió uno de los hechos políticos más relevantes de los últimos tiempos en nuestro país, la Corte rechazo el recurso de queja pedido por Cristina Kirchner y quedó firme su sentencia.

Siempre lo que sucede con Cristina aparece con un marco, dentro de un cuadro, su popularidad y su pertenencia al peronismo hacen que cada situación traiga aparejada una movilización, un acto o una declaración, guste o no, se la odie o ame, su centralidad política es ineludible (y muchas veces razón de su persecución), entonces, ante cada hecho, estamos expectantes de qué dirá, cuánta gente irá a verla o acompañarla, qué políticos la apoyarán, etc.
Quedan las discusiones de si hubo o habrá otro 17 de octubre, si se unifica el peronismo, si Cristina convoca a un millón de personas o diez mil, discusiones que acaloran a una minoría intensa que reproduce la política que conocemos y que no piensa más allá de candidaturas milagrosas para remedio de todos los males.

Un día antes del fallo de la Corte, Cristina estuvo en la sede del PJ Nacional en un acto por el Día de la Resistencia Peronista, en su intervención hizo referencia, entre otras cosas, al inminente fallo. Ya sobre el final y previa intervención fuera de micrófono de uno de los que la acompañaban en la mesa- escenario expresa: “en definitiva soy una fusilada que vive” frase la cual despierta en primera instancia quietud en el público, que por las dudas aplaude, ella sonríe y luego repite la frase de forma de más directa, “soy una fusilada que vive”.
La inteligencia y capacidad de oratoria de Cristina hacen que pueda elaborar con rapidez un cierre efectivo de su discurso. Que haya parafraseado el prólogo de Operación Masacre agrega una complejidad y densidad importante.

En Operación Masacre, Walsh se encarga de denunciar los fusilamientos de militantes peronistas que sucedieron entre el 9 y 10 de junio de 1956 en los basurales de José León Suárez, la obra es extraordinaria. No solo la calidad literaria es de destacar sino también el compromiso y coraje asumidos por Walsh.

Según el autor, el escuchar “hay un fusilado que vive” mientras tomaba una cerveza en un bar lo impacta de tal modo que a partir de allí se interesa en el hecho y empieza la investigación que luego será libro.

Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: “Viva la patria” sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta”. Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba. Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice: –Hay un fusilado que vive. No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro.
Prólogo de Operación Masacre (fragmento), Rodolfo Walsh

La frase que oyó en el bar tiene el peso que tiene porque existió también esa otra frase, detrás de la persiana, dicha por el conscripto “No me dejen solo, hijos de puta”, la muerte, el abandono y el olvido son cruciales en la obra de Walsh, lucha contra eso.

Cristina es capaz de traer eso al presente, soltarlo y además asumir la tragedia de que hay un público alienado que la aplaude. ¿Qué aplauden, que puede encontrar una figura literaria para describir su tragedia? ¿Y si hubiese dicho, “no me dejen sola, hijos de puta”?
¿Es una fusilada que vive?
Cuan complejo es pensar en la dualidad víctima y líder política, ¿qué es más?
¿Se puede ser líder y conductora asumiéndose fusilada viviente? Livraga no lo dijo de él, lo dijo otro. ¿Cristina hubiese querido que otro dijera de ella que es una fusilada que vive?

Luego del acto por el día de la resistencia y luego del fallo de la Corte, le envié mensaje a un amigo sobre estas dudas y cuestionamientos en torno a la fusilada que vive; me cuenta que unas semanas antes y en ocasión de que su hija mayor comenzó a hacer tatuajes se le ocurrió tatuarse en la parte interna del antebrazo esa frase de Walsh “hay un fusilado que vive”. Reímos mucho de la casualidad, nos lamentamos de no tener a Walsh, nos maravillamos con ese prólogo. El tatuaje quedó en duda.

Agustín Sosa

Agustín Sosa es locutor, periodista y militante político del Encuentro Patriótico. 

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