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¡Morite peronista hijo de puta!


21 de diciembre de 2024

El jueves 16 de diciembre de 1982, la dictadura militar asesinó a quemarropas Dalmiro Flores, un joven obrero metalúrgico de Salta, al grito de “¡Morite peronista hijo de puta!”. ¿Qué pone de manifiesto en la actualidad este crimen todavía impune?

David Acuña

La derrota ante Gran Bretaña en la Guerra de Malvinas precipitó el 1 de julio de 1982 el remplazo de Galtieri por Bignone en la presidencia de la Junta Militar de Gobierno y el llamamiento a elecciones democráticas para el año siguiente.

El jueves 16 de diciembre, bajo la consigna “Por la Democracia y la Reconstrucción Nacional”, la Multipartidaria, espacio que congregaba a fuerzas políticas, la CGT-Brasil y los organismos de derechos humanos, encabezaron una masiva movilización que congregó unas 100 mil personas en Plaza de Mayo para repudiar los intentos de la dictadura en condicionar el proceso electoral en ciernes.

La manifestación fue brutalmente reprimida. Al finalizar la jornada, aun quedaban algunos grupos dispersos por las cercanías de la Plaza. Pasadas las 20hs, en la esquina del Cabildo, del lado de Diagonal Sur, de un Ford Falcon verde chapa C-850.276, bajan cuatro policías de civil y encaran con sus armas a un grupo de manifestantes. Uno de ellos, luego de dar una supuesta voz de alto, y al grito de “morite peronista hijo de puta” dispara a quemarropa por la espalda a un joven obrero metalúrgico de origen salteño. Era asesinado Dalmiro Flores.

Dalmiro era el séptimo hijo de Asencio Flores y Dominga Mamani, nacido en Camposanto, a 60 km. de la ciudad de Salta, el 1° de diciembre de 1954. Su historia es la de muchos hijos de nuestro país humilde. Colaborando en el trabajo de la quinta familiar, logra terminar la primaria y se conchaba primero como albañil y luego como electricista. Por la falta de trabajo, al igual que miles de compatriotas, migra a Buenos Aires donde consigue entrar en la empresa metalúrgica Decker S.A. y luego en la planta industrial Marshall. Debido a las condiciones laborales y la desidia patronal de Decker se había lesionado los oídos perdiendo parte de su capacidad auditiva. Dalmiro, por su actividad era afiliado de la Unión Obrera Metalúrgica y por convicción al peronismo.

Su asesinato no fue uno más en la larga lista de crímenes de la dictadura aun impunes. En él se refleja no solo parte de las formas de lucha del movimiento obrero organizado apelando a la movilización en alianza con otros sectores del pueblo, sino que pone de relieve la crueldad de un régimen dictatorial fracasado que hasta último momento deseaba dejar su impronta grabada para las próximas generaciones como si dijera sabemos que nos vamos, pero lo hacemos como cuando vinimos, matando a traición.

El cuerpo de Dalmiro fue entregado a sus familiares desnudo, sin la ropa y faltándole sus objetos personales, pues se los habían robado cual trofeos de guerra o caza. Las autoridades salteñas no permitieron que se lo velara por temor a un levantamiento popular. El colmo del cinismo llego hasta tal punto que la versión oficial de la policía sostuvo que “hubo infiltrados que utilizaron nuestros vehículos”.

“Voz de alto”, dijeron, Dalmiro prácticamente era sordo.

“Pará hijo de puta o te mato…”, gritaron. Dalmiro estaba de espalda.

“Morite peronista hijo de puta”, y dispararon. Dalmiro cayó muerto al piso sin enterarse quienes fueron sus verdugos.

La violencia del régimen no fue aleatoria o un exceso. Sino que procuró dejar una impronta que, junto al liberalismo extranjerizante, el fraudulento endeudamiento externo, la fuga estructural de capitales y el modelo extractivista, signaron la restauración democrática bajo la tutela de los grupos económicos internacionales, beneficiarios directos de la dictadura y actores poderosos en la democracia de posguerra.

El crimen de Dalmiro Flores, en los últimos momentos de la dictadura, entronca con las miles de víctimas del gatillo fácil, la miseria estructural, los millones de desocupados, las miles de fábricas y comercios que cierran, el suicidio de veteranos de guerra, los bebes aún pendientes de recuperar por madres y abuelas, el constante desprecio sobre los jubilados, la trata de personas, el crecimiento de los asentamientos, la conurbanización del territorio, las victimas del narcotráfico, el hacinamiento carcelario, la existencia de presos políticos y el lawfare, que junto a otras injusticias ponen de manifiesto las deudas que esta democracia de baja intensidad tiene para con el pueblo de la Patria.

Estos son los temas que el campo nacional debería tomar como verdadero debate y como parte sustantiva de un programa que enfrente a las prácticas fascistas de Milei y el negacionismo contumaz de Villarruel.

David Acuña

David Acuña, historiador, profesor y militante peronista. 

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