Juan salió a morir
17 de mayo de 2025
Donde nos encuentre la muerte, nos encontrará trabajando.
Señala un amigo que el primer comentario que aparece en la publicación de Facebook que le comparto se ocupa de vindicar a Juan Justo Luna, quien es descripto como linyera en el texto mientras que, según su defensora virtual y extemporánea, era peón eventual. Y aporta datos de su procedencia, la localidad de Francisco Magnano, Partido de Trenque Lauquen (Bs. As.) distante a poco más de cien kilómetros de Massey (o Elordi según el nombre de su estación de trenes) en el Partido de General Villegas. AllÃ, más precisamente en la estancia La Payanca, Luna serÃa brutalmente asesinado.
Dice la señora que se ocupa de Luna en el comentario, que “salió” de Francisco Magnano para buscar trabajo en esa estancia; y la crónica policial relata que efectivamente allà trabajaba cuando sobrevino la tragedia, habÃa acordado con la dueña del establecimiento techo, comida y paga a cambio de trabajos de jardinerÃa.
No era linyera en tanto vagabundo, pero tal vez sà croto en tanto peón golondrina si nos remitimos al origen del término croto, es que José Camilo Crotto, gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1918 y 1921 estableció, por medio del decreto N° 3 de 1920, que los peones golondrina que viajaran por ferrocarril no abonarÃan el pasaje.
De ese permiso para viajar gratis, viajar por Crotto, quedó lo de croto para esos peones. Y con el paso del tiempo, croto y linyera se empezaron a usar como sinónimos.
Además de Juan Justo Luna, entre el 29 y 30 de abril de 1992 fueron asesinadas cinco personas más en La Payanca, el tractorista Eduardo Gallo, el techista Omar Reid, Alfredo Forte pareja de la dueña, José Gianoglio hijo de la dueña y MarÃa Etcheritegui estanciera de origen plebeyo que habÃa heredado esa estancia por haber cuidado en la adultez al antiguo propietario.
La masacre fue descubierta diez dÃas después ya que las fuertes lluvias de los dÃas posteriores a los hechos entonaban con la quietud que veÃan los vecinos, vuelto el buen tiempo pero con la misma quietud y algunos animales sueltos quedó en evidencia que algo no andaba bien allà y se dio aviso a la policÃa.
Sobre la hija de Etcheritegui y su esposo cayeron las sospechas que más se sostuvieron en el tiempo, el fulano, Marco Stell, era un actor caÃdo en desgracia a fines de los ochenta y ya con otra tragedia en sus espaldas, el suicidio de Graciela Cimer, su anterior esposa. Para comienzos de los noventa se vinculaba más con los cÃrculos menemistas que con las tablas.
Por el salvaje asesinato de esos trabajadores y sus patrones no se encontraron responsables que puedan explicar porqué se dio muerte con tanta saña a las vÃctimas, rostros desfigurados, cráneos partidos y múltiples balazos en un aquelarre que incluyó dos gatos, también, masacrados y con sus colas misteriosamente puestas en cruz. Una casa totalmente dada vuelta, pero con los muertos con sus anillos de oro sin llevar; una puesta en escena de violencia sin control que solo puede ser llevada a cabo por matadores profesionales, grupos de tareas, patotas con dos trabajos, mano de obra desocupada…
Y si Juan hubiese sido linyera, capaz zafaba.