Hace ya varias décadas que la política se ha visto reducida a una escuálida idea de nombres propios, encuestas, intensiones de votos e imágenes positivas y negativas. Esa idea se ha hecho carne y nos cuesta horrores encontrarnos con otros sentidos de la política. Incluso, podemos decir que nos cuesta horrores construir otros sentidos de lo político.

En ese callejón sin salida estamos y ahora nos percatamos que la dirigencia y el periodismo en general y del palo en particular hablan de economía analizando principalmente las variables financieras, monetarias y fiscales.

De esta forma reducen un aspecto central de la vida en sociedad, como lo es la economía, a una dimensión tan inalcanzable como impalpable para la inmensa mayoría.

Dirigentes, periodistas y panelistas que, por cierto, a veces son casi lo mismo. Digo dirigentes, periodistas y panelistas miden y evalúan el éxito o el fracaso del gobierno según esas variables tan amarretas y esquivas.

Y así, de esta forma, es que no sólo la economía se reduce a la dimensión financiera, sino que la política misma se reduce a esa dimensión financiera.

De una u otra forma vamos mimetizándonos con el enemigo, asimilando como propio un lenguaje que nos va aislando. Y nos zambullimos en una dimensión en la que no existimos. Quizás por eso nos esté costando tanto poder hacer pie, atalonarnos, encontrar la forma de resistir, de proponer, de luchar, de tomar la iniciativa. 

Quizás por eso nos cueste tanto construir una conversación entre pares para ver cómo le encontramos la vuelta para salir de este entuerto.

Quien nomina, domina, decía un viejo refrán que nos convoca hoy, una vez más, a pensar todo de nuevo, para sacudir la resignación y hurgar en la raíz del grito esa otra política que quiere nacer.