Pasó de moda el imperialismo, como todo ¿viste vos?
14 de septiembre de 2024
Hay un hilo que conecta la geopolÃtica con la cotidiana transferencia de recursos que sufrimos el conjunto de los que habitamos nuestro suelo. Si la palabra imperialismo no hubiera sido escondida por la clase polÃtica en el arcón de los conceptos viejos, serÃa mucho más fácil diagnosticar una parte importante de los problemas que tiene nuestra Patria y del dolor social que vive nuestra gente.
Qué fácil sería explicar la realidad si la palabra imperialismo no hubiera pasado de moda, ¿no?
Sucede que los dueños del lenguaje, los que moldean la corrección política que -según ellos- la sociedad necesita, han condenado al ostracismo la palabra imperialismo por sostener que es un concepto pasado de moda.
En el propio movimiento nacional, una dirigencia que junta insumos para hacer política en los fabricantes de encuestas, que moldea discursos aferrado a los consejos de consultores que se contratan para impostar campañas para una democracia que, en la vida real, agoniza. La costumbre de buscar “arriba” los insumos para edificar la línea política, antes que buscarlo en los costados, colectivamente y en clave de organización política, hizo el resto del trabajo para que la palabra imperialismo, sea ubicada junto a una bolsa de naftalina del lenguaje para explicar los asuntos nacionales.
Pero, sin dudas, que fácil sería hablar de imperialismo para poder caracterizar adecuadamente los problemas de nuestra Patria, y no andar haciendo malabarismos en documentos para explicar las consecuencias del colonialismo.
Hace unas pocas semanas se desarrolló el Foro de Seguridad de Aspen, el espacio con el que el Aspen Strategy Group desarrolla “la principal conferencia de seguridad nacional y política exterior de EEUU”. Allí tomó la palabra la comandanta Laura Richardson, la jefa del Comando Sur del Pentágono, que asumió desde hace tiempo un perfil público, de relevancia política y de clara injerencia en la región.
Se jactó de ello en el Foro, señalando: “Me he reunido con al menos dos tercios de los presidentes de mi región, pero no ven lo que el Team USA está aportando a los países” explicando que es un problema de seguridad para los Estados Unidos, toda inversión rusa o china que se desarrolle al sur del Río Bravo. Además, sostuvo: “En nuestra estrategia de seguridad hablamos de cómo el hemisferio [occidental] está inextricablemente ligado a la seguridad de nuestra patria”.
En su particular mirada de la región, Richardson afirmó que las inversiones chinas y rusas “son demoledoras” y que “gobiernos y empresas no hacen nada para contrarrestalas”. Entendió, entonces que, en el terreno de lo militar, Estados Unidos tiene un rol preponderante para frenar el avance de “empresas estatales de un país comunista que acceden a informaciones sensibles y se conviertan rápidamente en aplicaciones militares”, en una cavernaria restauración de conceptos propios de la guerra fría.
Pocos días después, Richardson arribó a Chile para dar inicio al entrenamiento conjunto entre Estados Unidos, Chile y las fuerzas armadas de nuestro país. Las cuales, según expuso, se encuentran “orientadas a enfrentar las amenazas que se ciernen sobre la región”. Como gesto de época, Richardson se fotografió con la ministra de defensa de Chile, Maya Fernández Allende, nieta de Salvador Allende, cuando faltaban pocos días para que se conmemore un nuevo aniversario del derrocamiento de su gobierno y su asesinato, financiado por el pentágono que hoy Richardson representa.
Richardson es el garrote de la nueva ofensiva geopolítica de Estados Unidos sobre una región cuya riqueza es indispensable para seguir resistiendo como polo de poder mundial, frente a un órden global que se le presenta desafiante y lo exhibe en claro declino.
Afuera de Occidente, Estados Unidos es observado como una potencia en retroceso, su moneda se encuentra cuestionada como valor para el intercambio comercial internacional y su influencia militar tiene para mostrar más derrotas que victorias. Es esa la razón por la que en el mundo vuelven a florcer las reivindicaciones soberanistas, como instrumento para demostrar la capacidad de las naciones de planificar en torno a sus propios intereses la economía, la política y la organización social de su pueblo.
Paradójicamente, en nuestro sistema político, Estados Unidos goza de una inexplicable capilaridad. Cada semana, sea la embajada de Estados Unidos, sea la AmCham (cámara de comercio de Estados Unidos en el país) o foros sectoriales desarrollados por multinacionales, convocan legisladores, funcionarios y gobernadores de distintos espacios políticos a que ratifiquen su alineamiento con la extracción de la riqueza nacional para el fortalecimiento de sus intereses.
El gobernador de Neuquén visitando Houston al cierre de esta edición señaló que ratificarían el RIGI a nivel local y sostuvo “se debe monetizar el subsuelo”, pero solicitó “siempre tiene que ser un win-win para ambas partes, trabajar en forma conjunta, acordando con las operadoras. Trabajamos, y mucho, en la reglamentación de la Ley Bases. Estamos construyendo un horizonte”, mendigando una oportunidad local.
La próxima semana, convocado por la AmCham, será el turno de Alberto Wereltineck, gobernador de Río Negro, para hablar de energías renovables. La semana pasada fueron convocados legisladores de todas las fuerzas políticas, el Ministro de Salud, empresarios y funcionarios del sector de sanidad, para hablar del rol del sector privado en el sistema de salud nacional.
El ejército de Estados Unidos navegó hace apenas un mes por nuestro Río Paraná, preocupado por el comercio internacional que se desarrolla en la mal llamada “hidrovía”. El Ministerio de Defensa adquirió aviones F16 a Dinamarca, previo acuerdo con Estados Unidos y con consulta previa con Gran Bretaña, como si la Argentina no tuviera una parte de su territorio invidada por dicha potencia. La política satelital de ARSAT, el desarrollo del Plan Nuclear, la extracción de litio en nuestro país y las inversiones mineras, caminan al ritmo de las pretensiones norteamericanas.
Todo eso sucede en forma pública, es ratificado con más o menos desparpajo por el conjunto de las fuerzas políticas con representación institucional e incluso, la subordinación con Estados Unidos, comienza a ser bandera reivindicativa desde múltpiples y contradictorios sectores de la superficie política.
En definitiva, si la palabra imperialismo no hubiera pasado de moda o no fuera patrimonio exclusivo de los “infantilismos ideológicos” que tanto cuestionan los “expertos en medir relaciones de fuerzas”, sería muy fácil poder explicar una parte muy importante de las dificultades de un país, con una economía extranjerizada hasta la médula y con un sistema político que apenas se propone la administración de una colonia próspera.
La eficacia de un programa
Milei es una persona que no está bien de la cabeza. Su arribo a la presidencia, además, exhibe que una parte importante de la sociedad lo considera una persona apta para ese cargo. Por mucho que nos aferremos a la idea de estar vivenciando una distopía orwelliana, lo cierto es que la realidad nos indica que la democracia que nos legó Estados Unidos y que defiende a fuerza de bloqueo e injerencia en cada rincón de nuestro continente, tiene la flexibilidad para admitir un personaje como Milei y su circo de subnormales, como panel de gobernanza de uno de los países más importantes del continente.
Lo que sucede en la Argentina, no nace de la retórica violenta y extravagante del personaje impuesto como presidente, tampoco de sus certezas ideológicas y, menos aún, del conjunto de mentiras con el que presentan una realidad que solo existe en su atribulada cabeza.
Lo que sucede en la Argentina: la recesión económica, la falta de laburo, la inflación persistente, la falta de guita en el bolsillo de trabajadores y jubilados, la producción popular asfixiada y la dependencia económica que asalta la macroeconomía cotidianamente, es producto de un programa económico pensado para beneficio de los Estados Unidos y la rentabilidad de las corporaciones que secuestraron la planificación política nacional y el éxito en su concreción.
Lo demás, es el delirio mesiánico de un profeta cagado del zapallo y una banda de criminales económicos como Caputo y Sturzenegger, y miserables de la calaña de Patricia Bullrich, que aseguran postales miserables y de colonialismo explícito, que terminan haciendo de la coyuntura política una auténtica tragedia cotidiana.
Primero, el veto al magro aumento para las jubilaciones, ahora el futuro veto al presupuesto universitario y siempre el mito de “evitar la destrucción del superávit fiscal” como señalan desde la oficina del presidente. Son los números de un programa pensado para construir las más fabulosa transferencia de recursos que conociera nuestra historia reciente.
Según un informe reciente desarrollado por los economistas del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE), que desglosa la composición del ajuste fiscal necesario para lograr el superávit, la parte má profunda del ajuste la pusieron los jubilados. Se trata de una suma de 6,2 billones de pesos, medidos en pesos constantes entre enero y julio de 2024 y en comparación con el mismo período de 2024. “Los jubilados siguen explicando la porción principal de este cruel “ahorro fiscal” —sostienen en MATE.
En segundo lugar, se encuentra el freno a la obra pública que, entre otras cosas, implicó una pérdida de más de 40.000 empleos formales directos en el sector de la construcción. Los siguientes lugares son igual de trágicos: subsidios a la energía (-2,7 billones de pesos), salarios (-1,8 billones de pesos), programas sociales y transferencias a las provincias (-1,6 billones de pesos, respectivamente).
El pago de la deuda externa, la reducción impositiva a las grandes fortunas, los subsidios que aseguran rentabilidad a las corporaciones extranjeras y las ventajas comparativas para desgravar el extractivismo más feroz, fueron los beneficiarios de un programa que no necesariamente Milei termina de comprender cabalmente.
Desafíos
El gobierno tiene nueve meses sobre las espaldas. En apenas nueve meses, el deterioro le está pasando factura social a la endeble legitmidad de una cartelera de personajes que todos los días exhiben las hilachas de un negocio nuevo, que asaltan la cosa pública como si fuera el último de los momentos para llevarse plata del Estado y exhiben disparates que ocupan la cotidiana reproducción de zonzeras.
¿Cuánto tiempo le puede durar la convalidación social de gasear a una piba de diez años, pegarle a los viejos y salir a desmentirlo con un video falso en un canal que no mira nadie? ¿Cuánto tiempo van a aguantar los votantes de ocasión que dejaron de lado su condición psíquica y lo votaron sin saber que se la pasaría visitando eventos delirantes para recibir premios que no reconoce ni su propia madre? ¿Cuánto puede durar la ideología de la perversión en funciones de poder?.
Las consecuencias de la guerra cognitiva y la debilidad democrática, lo están haciendo durar más de lo que uno hubiera sospechado, así que difícil aventurarse demasiado sobre la cuestión. Lo único que es cierto, es que nada es para siempre.
El dilema es que esté plagado de certezas el camino de recuperar las riendas de nuestra Patria, para que efectivamente construyamos un horizonte de diginidad y buen vivir para nuestro Pueblo.
Flor de desafío.