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La senda faltante


01 de marzo de 2025

Apuntes sobre la democracia de baja intensidad que supimos conseguir.

David Acuña

En la década de los 70, la política contrarrevolucionaria de Washington tuvo en la CIA su brazo ejecutor terrorista para América Latina. La puesta en marcha del Plan Condor a nivel regional, con la imposición de dictaduras cívico-militares contó con la anuencia del papado de Juan Pablo II, quien terminaría consolidando la entente occidental conservador junto a Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

Durante los 80 se dio la restauración del sistema de sufragio, pero bajo una democracia tutelada, de baja intensidad, que terminaba homologando el concepto de “libertad” con el de “capitalismo”. En general, la clase política en los 90 erradicó de su discurso y plataformas todo atisbo de retórica antimperialista o demanda de justicia social. A partir de entonces, el discurso único neoliberal con su fin de la historia se enseñoreó de las repúblicas sudamericanas.

En esta realidad de democracias de baja intensidad, y de posguerra para el caso argentino, el think tank de la CIA elaboró entre los años 1980 y 1986 los documentos de Santa Fe que auspiciaron como especie de bitácora de acción sobre América Latina, para que las administraciones sucesivas de Washington no perdieran el rumbo a la hora de imponer sus intereses geopolíticos en nuestras tierras.

Los documentos de Santa Fe sirvieron de base operativa y manual de procedimiento para instalar gobiernos sudamericanos con poca capacidad de gestión independiente y de fácil captación, que permitieran las reformas estructurales necesarias para facilitar las inversiones de capital estadounidense y europeos destruyendo los mercados internos y los procesos de industrialización de las décadas precedentes.

Por otro lado, bajo la excusa de la lucha contra el narcotráfico (socio de la DEA), se fortaleció la presencia militar estadounidense con la instalación de bases y el financiamiento de grupos paramilitares. Asimismo, se comenzó con la lucha cultural y cognitiva fustigando la intelectualidad crítica, como las formas de organización de los sectores populares y sus cuadros. Con respecto al movimiento obrero, se operó bajo la doble pinza de debilitarlo en la medida que el aparato productivo se achicaba, al mismo tiempo que se cooptaba algunos dirigentes para que a cambio de prebendas abandonaran la lucha sindical en clave de liberación.

A la par de todo esto, los grupos económicos transnacionalizados se hicieron de casi todo el espectro de las telecomunicaciones y los medios periodísticos, no solo con el objeto de acallar las voces disidentes sino de aportar a la construcción de populismos de derecha como los liderados por Fernando Collor de Mello, Carlos Menem, Alberto Fujimori, entre otros. Dentro de esta campaña se buscó aumentar la influencia cultural y las costumbres estadounidenses alentando el cambio desde las pautas de consumo hasta la aparición de nuevas formas de sociabilidad, festejos y religiosidad. El shopping, el country, halloween y el activismo religioso evangélico o neopentecostal, surgen como tendencias en esta época. 

En la Argentina, la crisis de representación política se manifiesta en el estallido de diciembre de 2001. Posiblemente, en términos simbólicos, la última propuesta radical de cambio social para nuestro país fue sepultada con la masacre de Puente Pueyrredón en 2003. De ahí en más, desde los sectores subalternos se empezó a dejar de apelar a la asamblea y al corte de ruta como formas de expresión de una democracia plebeya.

A ese momento le siguió la llamada Década Ganada con sus políticas de redistribución del ingreso, inclusión social y restablecimiento de los vínculos regionales, pero todo en la misma clave con la que la democracia se restauró en 1983. No es casual, que para Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Alfonsín fuera el padre de la democracia moderna y no los combatientes o luchadores sociales del 70. Aun así, ambos líderes representaron lo mejor que esta democracia pudo haber dado.

Desde Macri a Milei, pasando por el gobierno de los Fernández, pasó otra década, pero perdida, en donde el pueblo percibe que no ha ganada nada. Y, por cierto, así es, en la actual Argentina, quienes más tienen que ganar son las transnacionales y aquellos sectores vinculados a los intereses de la triada Washington-Londres-Tel Aviv.

Si el Campo Nacional no dimensiona el carácter de la pelea que tiene que dar, si no da cuenta del real estado de colonialidad al cual se ha sumergido al país año tras año, si no señala claramente al enemigo pero, sobre todo, no vuelve a pensar una estrategia de liberación nacional y redención social, puede empezar a escribir su propio epitafio en el jardín de paz que le ofrece la actual democracia en la que estamos atrapados.

La clave es romper el cerco de la blanda democracia y construir una senda de liberación. Toda otra cosa que no vaya en este marco es inconducente.

David Acuña

David Acuña, historiador, profesor y militante peronista. 

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