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El negacionismo más violento es aquel que no se debate; ya está naturalizado.


07 de octubre de 2023

En víspera electoral, el debate político de las distintas opciones presidenciales se encierra cada vez más en discusiones de palacio y se aleja del interés popular.

Rodolfo Pablo Treber

El alineamiento absoluto de las fuerzas políticas, de esta democracia formal y tutelada, hacia un mismo modelo económico/productivo imposibilita el debate sobre el quehacer para solucionar los problemas de fondo de la Argentina. Qué hacer con el comercio exterior para administrarlo en beneficio de la producción nacional y recuperar el trabajo; qué hacer con el sistema financiero para cesar la fragante fuga de capitales legalizada desde la ley de entidades financieras, aún vigente, de Videla y Martínez de Hoz; qué hacer con las leliqs/notaliqs para desarmarlas y orientar ese enorme flujo de fondos al crédito productivo; qué hacer para industrializar la Patria y dejar de lado, de una vez y para siempre, la dependencia a una potencia extranjera. Qué hacer para pegarle una patada en el orto al FMI y que nunca más vuelva a circular el veneno del dólar en nuestra economía.

Todos esos debates se encuentran ausentes, no porque no sean de interés sino porque ellos ya los tienen saldados a favor del extranjero y en detrimento de lo nacional.

Entonces, los temas de discusión que imponen son solo aquellos que les permiten hallar diferencias de visiones mientras comparten un mismo programa de fondo. En paralelo, con los mismos, aprovechan para generar un sentido común que les habilite las peores de las acciones políticas como; por ejemplo, en la crítica al contenido de Paka Paka, reivindicar la acción imperialista de España en nuestra América para mermar la importancia de la lucha por la liberación nacional y naturalizar (o ver positivamente) un estado de administración colonial en nuestro suelo. Lo mismo con el regreso de los discursos negacionistas sobre la dictadura cívico militar, intentando disfrazar de guerra lo que, en rigor de verdad, fue un plan sistemático de persecución y exterminio a fin de instalar un modelo productivo de saqueo y terminar con la independencia económica y soberanía política con la que gozábamos hasta ese momento.

En este sentido, desde la militancia debemos duplicar los esfuerzos para no caer en la trampa de discutir los temas que nos intentan imponer y, por el contrario, insistir hasta la victoria hablando de las causas profundas de los problemas de la Argentina y luchando para torcer el rumbo de esta injusta realidad.

En referencia a lo sucedido durante la dictadura cívico militar, no alcanza con aborrecer las discusiones sobre cantidades, formas y la brutal teoría de los dos demonios. Hay que volver a poner sobre la mesa política nacional las verdaderas causas del terrorismo de estado para alcanzar una completa memoria, verdad y justicia. Ahí es donde se encuentra naturalizado el negacionismo sobre el modelo económico, productivo que vino a destruir la dictadura, y, también, sobre el que vino a instalar. Se niegan, y no se debaten, las causas profundas del golpe militar y, de esa manera, se hace imposible restituir el daño ocasionado.

El relato policial vigente no hace justicia plena si no se incluye el proyecto político como factor determinante. De lo contrario, la crueldad parece gratuita, inexplicable, absurda y puede quedar como un “error” histórico o un acto de locura de algunos sujetos. Hace de las víctimas de una geopolítica imperial personas con una terrible mala suerte, que estuvieron en el momento y lugar equivocado, cuando en realidad fueron estudiados, apuntados, perseguidos y asesinados con un propósito definido. De otra manera no se explica el terrible ensañamiento con la militancia de base, delegados de fábrica y estudiantes. En consecuencia, si no se abordan las verdaderas causas nunca estaremos cerca de restituir el terrible daño generado; porque, aunque el terrorismo fue brutal y perverso, no por eso dejó de ser planificado, inteligente y eficaz en el cumplimiento de sus objetivos.

La dictadura vino a destruir un modelo de desarrollo económico propio que contaba con el pueblo mismo como actor principal. El Estado actuaba como vector de la comunidad organizada, ocupando los sectores estratégicos de la economía, produciendo e impulsando, conduciendo y promoviendo, al desarrollo del capital privado en grandes, pequeñas y medianas empresas. Modelo de economía mixta que tuvo enorme éxito en el país y era criticado en los dos polos del orden mundial, por no subordinarse ni someterse a ninguno de ellos.

Y como si fuera poco, un modelo productivo que sembraba la, cada vez mayor, participación de los trabajadores. Ejemplo de esto, fue la designación de directores obreros en todas las fábricas estatales de la época, tanto en las civiles como militares, dando luz a una militancia industrial que defendía lo propio mucho más allá de la mera reivindicación salarial. Organización colectiva de los trabajadores que empezaban a observar y comprender el mundo empresario, las estructuras de costos, los márgenes de ganancias; una verdadera participación que garantizaba una distribución más justa de las riquezas y un aumento de los beneficios empresarios de la mano con los derechos y el salario.

En otras palabras, una nación políticamente soberana, económicamente libre y en camino a ser socialmente justa, con una comunidad que se organizaba a través de las relaciones políticas y humanas.

Toda eso es lo que vino a destruir el terrorismo de la dictadura cívico militar en 1976 y los resultados están a la vista: Una Argentina con hambre a pesar de producir materias primas para abastecer a 10 veces su población, un pueblo desempleado aun cuando esta todo por hacerse, un país sin industrias y lleno de productos importados, una Patria hermosa y rica naturalmente, pero oprimida y empobrecida por la implementación de un proyecto político que atiende a intereses foráneos. Resulta que, a pesar de cumplirse 47 años desde aquel momento, el modelo económico y productivo impuesto se encuentra vigente y en profundización en estos momentos.

Una economía liberal, con el comercio exterior en manos de un puñado de transnacionales que deciden que entra y sale del país, dejando el absurdo saldo anual de 6 millones de puestos de trabajo importados en manufacturas, mientras que nuestro pueblo sufre la ausencia de empleo genuino, y la aberración de ser exportadores de materias primas mientras padecemos hambre.

Una Patria dependiente de la logística extranjera, por no contar con buques de bandera nacional, mientras que antes de 1976 supo tener la quinta flota mercante más grande del mundo y la segunda en tamaño de Nuestra América.

Una situación financiera de dependencia a una moneda extranjera y endeudamiento permanente, mientras que, hasta 1976, teníamos posición neta acreedora con el mundo.

Una nación sin crédito para la producción, ni la vivienda, por la vigencia de la ley de Entidades Financieras de facto de Martinez de Hoz que permite que un puñado de Bancos y Fondos de Inversión determinen la política monetaria, mientras que, hasta 1976, el Banco Central de la República Argentina administraba y orientaba el destino del ahorro nacional.

Un mercado interno regulado por el acopio y fijación de precios de un grupo concentrado de empresas transnacionales, mientras que hasta 1976 lo hacía el propio estado argentino a través del acopio y distribución de mercaderías del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio).

Por todo esto, y más, es que existe un fuerte y naturalizado negacionismo sobre lo ocurrido en la dictadura. Pero este, no proviene únicamente de las opciones netamente neoliberales, es propio de todo el arco político nacional.

Rodolfo Pablo Treber

Rodolfo Pablo Treber, analista económico , dirigente del  Encuentro Patriótico.

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