¿De qué estamos hechos?
31 de mayo de 2025
Asociaciones libres sobre algunos recuerdos y ejemplos de lucha que trascienden en el tiempo.
Pasa el tiempo y una idea sigue dándome vueltas. Pensé en dejarla ir, pero insiste. Me decido a escribirla, como si fuera una oportunidad para elaborarla un poco más y liberarla.
Hace unos dÃas dejó este plano Norma Sánchez, una incansable. De esas mujeres plantadas, con postura, que tiene la capacidad innata de conducir aún sin la premisa de hacerlo. Con unos ojos profundÃsimos, escucha atenta y la palabra justa.
No sé por qué Norma no se va de mis pensamientos. O sÃ, sé. Y es que, pensando, creo que junto a un grupo de mujeres se constituyó como un ejemplo para mÃ, de esos que se forjan en la infancia y unos cuántos años después podes identificar, quizás, dónde puede estar el origen.
Año 2000. Todos sabemos lo que pasó y cómo terminó. Entre RÃos no fue la excepción al barullo nacional. Gobernaba Montiel, del que nos acordamos por los bonos federales y lo difÃcil que era sostener la olla. (De eso me doy cuenta ahora, plenamente consciente de lo que significa una crisis en todos sus aspectos. De trabajar y aun asÃ, no poder llegar a fin de mes). Mi mamá docente y militante sindical en aquella época, yo tenÃa 7, 8 años.
Siempre fuà a cococho de mamá. ¡Muchas reuniones! En la escuela, en el gremio, marchas, ollas populares, congresos; viajes a Paraná para movilizar, la carpa de Urquiza y 9 de julio, en pleno centro de ChajarÃ, como testimonio incómodo de las necesidades de las y los maestros, como ocurrió en tantos otros puntos del paÃs. Las vÃsperas de navidad. La multisectorial, la rotonda, los cortes de ruta… Ahà también estuvimos.
Norma era parte de la mesa de conducción local del sindicato, donde también participaban, Elba, Carmen, Mónica, Marina, Rosita, Chela, mi mamá -Silvia- y un montón de mujeres más. (Con el tiempo supe que algunas se habÃan sumado allá por el 1996, levantando un sindicato diezmado, en pleno auge del neoliberalismo. Desde esos años ponÃan el cuerpo y el cuero, construyendo y fortaleciendo este instrumento polÃtico como un ámbito para construir respuestas y certezas en medio de una crisis que amenazaba con instalarse más temprano que tarde). A los 7, yo no entendÃa muy bien de qué venÃa la cosa. A veces se ponÃa áspero el ambiente, pero cuando estaba con ellas, de algún lado brotaba la seguridad inquebrantable de que no nos iba a pasar nada. Entre juego y juego, desfilábamos por las oficinas y las veÃamos sentadas en ronda, discutiendo fuerte y fumando a dos manos.
Tengo algunos recuerdos muy nÃtidos: compraban cigarrillos marca “Dorado”, eran un poco largos, gruesos y, seguramente, los más baratos. El humo no dejaba recoveco sin entrar ni perfumar y también amarilleaba algunos pelos canosos. Cuando habÃa mucho de algo, se repartÃa, como si pudiera multiplicarse. Lo mejor de todo es que siempre alcanzaba... Una vez nos llevamos una bolsa con granos de soja. Calculo que para transformarlos en leche o milanesas, cosa que mi mamá nunca supo cómo hacer. ¿Cómo se pelan las papas, a cuchillo, sin desperdiciar nada? También aprendà ahÃ, con Elba, que puteaba a las que dejaban media papa con la cáscara para tirar, cuando hacÃamos esos guisos que empezábamos a olfatear de tardecita-noche en la seccional.
En una de las oficinas habÃa una pintura grande del tamaño de la pared, atrás de unos escritorios metálicos y pesados del año de ñaupa. Me acuerdo que en cada cruce miraba de reojo esa pintura, me llamaba la atención por las expresiones y por lo que decÃan los carteles. Era una movilización con docentes ayunando frente a la carpa de la dignidad, en la plaza del Congreso.
Además de la escuela, de andar en lo de los vecinos de la cuadra y de chijetearme en cuanto lugar pudiera, esa infancia, orgullosamente, estuvo marcada a fuego por ese lugar, el de lo colectivo, el de la gente discutiendo, el de la lucha y la reivindicación de quienes vienen de abajo y laburan. Y también planifican la felicidad. Donde éramos hijos de nuestras madres, pero también éramos un poco los hijos de todas las madres-docentes que habitaban ese espacio. Mujeres con defectos y contradicciones, pero que cuando las mirabas, era indiscutible: ellas podÃan con todo, al menos, desde mi perspectiva. (¡Hablame de feminismo popular! Unas adelantadas en su tiempo).
Seguramente no se hayan dado cuenta o no lo sepan, más cuando hay una lista interminable de conflictos en la vida adulta (otra cosa que también advierto ahora, 25 años después de aquel tiempo). Digo, que hay algo de ese ejemplo que todavÃa perdura, que hizo mella, y del que estoy profundamente agradecida.
A lo mejor, por eso sigo trayendo los recuerdos donde estaban Norma y otras y otros que tampoco están hoy. Quizás por no saber cómo hacer, ni qué hacer para encontrar respuestas en este tiempo oscuro en el que, como generación, nos toca pensar y construir una versión un poco más justa del mundo.
Hay quienes nos aferramos a la militancia, a tejer conversaciones que dejen algún aporte. A lo que se pueda compartir generosamente. Quiero decir, al intento de salir un poco -al menos- de las zapatillas propias para ver las cosas desde la perspectiva de “nosotros”, buscando algo que nos vuelva a interpelar, que nos hermane. Tal vez como reflejo natural de aquellos años de gurisa, donde la empatÃa, la lucha por la justicia y la dignidad eran las materias que, con el ejemplo, nos enseñaban todos los dÃas.