Rosas que no se marchitan

16 de agosto de 2025
Agustín Sosa

Agustín Sosa es locutor, periodista y militante político del Encuentro Patriótico. 

Una comunidad que reta al destino, le gana y festeja comiendo cordero todos los diciembres.

En la provincia de Buenos Aires aquello que no llega a ser una localidad se llama paraje, y hay localidades que se han transformado en parajes con el paso del tiempo ya que se han ido despoblando. Pueblos que crecieron y se desarrollaron al calor del tendido férreo y el trabajo rural fueron disolviéndose en los mapas merced a la destrucción premeditada de los ferrocarriles y los cambios en la producción agroganadera que fueron prescindiendo de mano de obra.

Rosas queda a unos quince kilómetros de Las Flores, ciudad cabecera del partido que lleva el mismo nombre, por allí pasaba uno de los ramales del Ferrocarril del Sud, el que unía Altamirano con Las Flores.
Para el año 1994 en Rosas quedaban algunos pobladores, un boliche como centro de reunión masculino y la novedad del tendido eléctrico que hacía un año había llegado solo a la calle principal y casi por obligación ya que se debía alimentar una instalación de YPF cercana y el paraje quedaba de paso.
En esa primera mitad de los noventa todavía a nadie se le había ocurrido que pueblos abandonados por la implementación sistemática de planes de erradicación de la población rural vía concentración de la tierra y tecnificación en la explotación de zonas agrícolas podían convertirse en atractivos turísticos, Rosas era un páramo donde los habitantes que quedaban hacían lo que podían. Los bailes en el club y los carnavales eran recuerdos, las vías, testigos mudas de la historia, declaraban todos los días, estaqueadas al suelo, que los trenes, desde hace mucho tiempo, no pasaban.

Reforma constitucional, fiesta menemista y consolidación de un modelo neocolonial para la explotación de nuestros recursos y miseria para las grandes mayorías se cocinaban allá por el 94, y a la par de eso Fabián Polosecki hacía en ATC, El otro lado, un programa semanal periodístico documental donde daba cuenta de realidades marginales o marginadas.

Uno de los capítulos de ese ciclo es dedicado a Rosas, allí se recogen testimonios que van componiendo una nítida radiografía social de ese paraje.
Entre las virtudes de Polosecki como periodista, en el caso de Rosas, podemos ver cómo a la hora de entrevistar opta por la escucha, intervenciones breves que van encausando el relato del entrevistado pero sin condicionarlo con argumentaciones extravagantes. En el diálogo nunca presupone nada, muestra curiosidad e interés por lo que cuenta el entrevistado y logra, en poco tiempo, ser asimilado por el otro. El programa no interviene en la realidad de Rosas como un ciclo promocional de turismo para porteños, que fascinados por la tranquilidad del lugar y las particularidades de los habitantes irá presuroso en busca de silencio y costillas gigantes asadas por el mismísimo Juan Moreira (que justo venía huyendo de la partida policial y se quedó en Rosas haciendo una changa de asador), tampoco Polosecki exagera reacciones o exclamaciones ante testimonios que le puedan parecer “raros” o pintorescos, dialoga, entabla un vínculo.

Entre las varias charlas que el periodista aborda con la gente del lugar hay dos, que son las que cierran el programa, que parecen estar cifradas en otro código, son por la noche y mano a mano, primero con quien está haciendo un cordero en el boliche y luego con un parroquiano que será parte de la cena, ambos mayores y de estampa surera.
Con el asador de ocasión hablan del perro sin cabeza que aparecía tiempo atrás por la zona de la estación, alude la aparición a cuestiones de magia hechas por alguien, dice que el perro sólo se aparecía a los que tenían miedo, que él nunca lo vio y que todo eso se lo contaron los “antiguos”.
En el caso del parroquiano, también se habla de apariciones y de antepasados pero la charla rápidamente va mutando y terminan Polo y el entrevistado riendo a carcajadas sobre alguna picardía contada por este último.
En esos dos diálogos los relatos parecen tener un entre líneas bien marcado, aquello que no dicen es también parte de lo expresado, los silencios, las palabras a medias, terminar la frase una vez que el periodista empieza con la repregunta, ademanes, gestos… condensación total del hombre del medio rural de la llanura de la provincia de Buenos Aires.
No fue necesario que Polosecki, o que el programa en general, adoptaran una estética localista, campera, criolla o rural para poder expresar aquello que se expresa a través de los distintos diálogos; no fue el periodista ataviado de paisano a intentar mezclarse entre los lugareños, no intentó el programa teñir de color local su estética, no musicalizó con milongas sureras ni nada por el estilo. Y aun así el capítulo logra mostrar y dar cuenta de las características identitarias de los bonaerenses de tierra adentro.

Rosas siguió siendo Rosas, o lo que quedaba de eso que había sido Rosas, y nada parecía poder detener la muerte anunciada del paraje.
La agonía de un pueblo puede ser larga, y cuando finalmente muere nadie lo vela ni llora, pues él es el último en morir. Luego, los que andan de paso, verán ruinas, y los curiosos indagaran en las taperas a ver si pueden llevarse algún recuerdo de todo lo que allí murió.

Tal vez a Rosas le pudo haber pasado algo así, pero al destino lo primereó la vida y le ganó la partida.
En el año 2012 y luego de mucho trabajo y esfuerzo se inauguró el Centro Educativo para la Producción Total N° 37 y Rosas comenzó una nueva historia, estas escuelas tienen la modalidad de alternancia, los alumnos pasan una semana en el establecimiento y dos en sus casas, y la gestión de la institución requiere de la participación de todas las familias además de los trabajadores de la educación y directivos.
Conforme pasaron los años la escuela fue aumentando su matrícula, la comunidad, nucleada en la comunidad educativa, fue creciendo y fortaleciéndose y hoy Rosas tiene en su horizonte prosperidad y arraigo para los chicos que se forman en CEPT.
Cada diciembre en Rosas se hace la ya tradicional Fiesta del cordero deshuesado y es visitado por cientos de personas; el evento, organizado desde el Centro Educativo, convoca a todos sus integrantes y los compromete a realizar en comunidad la celebración.
La comunidad cuando se organiza y entabla lazos de solidaridad y apoyo mutuo es un arma cargada de futuro capaz de torcer cualquier destino.

Había una vez un lugar que se llamaba Rosas, una estancia le había dado el nombre. Y una estación de ferrocarril había convertido en pueblo a unos cuantos ranchos.
El tren dejó de pasar hace tiempo, pero el pueblo sigue existiendo, indiferente al trazado de unas vías fantasmas.
Mirar un pueblo chico es como mirar un árbol, al principio parece que no pasara nada, porque los movimientos son imperceptibles, solo después de un rato se ven las hojas, los insectos, los pájaros, el mundo secreto que encierra su aparente quietud, batallas silenciosas detrás de la paz aparente.

Introducción de Fabián Polosecki  al capítulo Rosas, programa El Otro Lado, 1994.