¿Nos estamos convirtiendo en una sociedad indolente?
La Argentina actual, por donde se la mire, no tiene sector sin encender alerta. El gobierno nacional simula estar “tranquilo” atendiendo la macro, en un modelo que demuestra que para algunos sí hay plata, y un montón. Una sensación de naturalización del conflicto, de la precariedad y del malestar que no se traduce en empatía, tampoco en organización. Y una dirigencia política extraviada con la mira puesta en octubre.
Esta semana hubo una serie de acontecimientos que pasaron raudamente por la agenda pública. Por ejemplo, el anuncio de la baja de retenciones al sector agroexportador que dio a conocer el propio Milei en la Rural, en pleno corazón porteño, rodeado de la élite agroganadera. Una noticia que, más allá de los aplausos y vitoreos del momento, no provocó gran reacción. Salvo la soja, cuyos derechos de exportación pasaron de 33% al 26%, los demás productos del sector: trigo, maíz, sorgo y girasol quedaron en el 10% y 6% respectivamente, retrotrayéndose a los porcentajes de que había dejado el gobierno de Alberto Fernández. Ninguna sorpresa.
Sin intención de posicionar demasiado el foco en esta cuestión, lo que esta medida ratifica, una vez más, es la filosofía de la matriz económica del gobierno. El “no hay plata” solo funciona para algunos sectores, mientras que para otros hay un montón. En este sentido, solo un dato: “la rebaja permanente de retenciones” que comprometió a llevar adelante el mandatario, tiene un impacto fiscal del 0,2% del PBI. Paradójicamente, el mismo impacto que tendría el aumento en el bono de las jubilaciones que ya se anunció que será vetado.
Otro de los hechos que pareciera estar cada vez más naturalizado es ver en vivo y en directo cómo las fuerzas de seguridad reprimen a los jubilados que se congregan en la plaza del Congreso de la Nación para reclamar por una jubilación más o menos digna. $314.000 la mínima con un bono de $70.000 que está congelado desde marzo del año pasado. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que una persona vive con esta cantidad de dinero en la Argentina?
En simultáneo, se agudiza la crisis de los trabajadores de la salud y médicos residentes del Hospital Garrahan. También en el sector de discapacidad, con una ley votada en ambas cámaras que solo intenta poner parches y que, para colmo, también será vetada.
Si se pone los oídos cerca de quienes tienen la suerte de tener un trabajo registrado, se escucha mayoritariamente el mismo padecimiento: no poder llegar a fin de mes, estar endeudados con la tarjeta de crédito, alquileres y servicios por las nubes y, para peor, salarios prácticamente congelados. Y así se podría continuar, sector por sector, registrando y describiendo cada situación cotidiana del padecimiento social como una cadena infinita que pareciera ser invisible pero que, sin embargo, está ahí, latente.
Son tensiones que, de momento, se muestran como individuales, incapaces de hacer cuerpo con otras. Y la naturalización con la que habitualmente parece tomarse esta situación es, de mínima, para prestar atención.
Bajar la térmica para resistir
En este sentido, y pensando sobre el riesgo de naturalizar la represión y sobre la desmovilización de los sectores de la sociedad para acompañar, puntualmente, a los jubilados y jubiladas que protestan semanalmente en el Congreso, hace un tiempo nos comunicamos con Natalia Romé, Dra. en Ciencias Sociales, para poder pensar estas cuestiones.
En una entrevista en La Raíz del Grito, afirmó: “Hay distintos niveles para pensar, un nivel es afectivo. Tiene que ver con el orden moral, para decirlo en términos más clásicos. Cuando no hay esperanza, es difícil que el pueblo se movilice”. Acto seguido, agregó: “los procesos por los cuales los sectores populares pasan del estado de hartazgo, enojo, angustia, malestar a la acción, están mediados por algún tipo de horizonte de esperanza. Entonces, lo primero que pasa es que no hay convocatorias lo suficientemente esperanzadoras, creíbles para que, efectivamente, trabajadores y trabajadoras decidan dejar de hacer lo que tienen que hacer cada día y acercarse a una protesta. Me parece que ahí hay una cuestión para pensar: cómo se articulan esas demandas que parecen sectoriales y específicas, en un horizonte colectivo. Porque efectivamente lo que se está disputando ahí es el futuro de las futuras generaciones, no solamente el presente de quienes hoy están cobrando una jubilación.”
En ese punto, aparece en el diálogo el concepto de “indolencia” como respuesta de la sociedad. “Diría que hay una modalidad con la que se interpela masivamente y funciona la ideología dominante hoy, que tiene una eficacia notable. Es una cantidad de formulaciones, tonalidades, contenidos discursivos de índole catastrofista. Creo que cuando se producen ese tipo de discursos muy apocalípticos, de la catástrofe, lo que producen como respuesta es como si bajáramos la térmica, como si dijéramos ‘me quedo con la batería baja por un tiempo porque tengo que transitar esto de alguna manera’ y eso, en términos políticos y sociales, se llama indolencia. Bajar la sensibilidad porque no se puede sostener el día a día, creo que son las formas más eficaces de pasivización social”, afirmó la especialista.
Pasividad, indolencia, inmovilización frente a conflictos de gran envergadura es el contexto que demarca los desafíos de la etapa que, vale aclarar, lejos están de poder resolverse con una dirigencia que ha convertido la lógica electoral en lógica política. Especulación, tácticas de corto plazo, un “toma y daca” permanente que lo único que deja al descubierto es un alejamiento cada vez más profundo con las demandas genuinas de una sociedad cansada.
