Los Juegos del Hambre: De Milei a Vox, la construcción de relatos de la ultraderecha Global
Hace unas semanas, un amigo me propuso escribir sobre la emigración para desmitificar la fantasía de “hacerse la América”. Sin embargo, me resulta imposible abordar este tema sin vincularlo con algo mucho más grande: la construcción de los relatos políticos globales.
Las personas emigran por un sinfín de razones, desde la búsqueda de un “Dorado” hasta el simple hartazgo. Son decisiones tan subjetivas que analizarlas por separado nos haría caer en estereotipos. Esto en referencia a la inmigración argentina, porque cuando uno ve las pateras que vienen de Africa, en dónde el 50% de los que emigran mueren en el Mediterráneo, es innegable que esos migrantes no es porque lo quieran, sino el resultado de las guerras coloniales de Europa que hacen imposible seguir viviendo en muchos países africanos, y la gente prefiere un 50% de posibilidades de sobrevivir a una muerte segura.
Por eso, en este relato, prefiero ir más allá de mi experiencia individual o la de muchos compatriotas y buscar las continuidades que se esconden detrás de las rupturas aparentes de la realidad.
Es común comparar la corrupción en España con la de Argentina, el sistema de salud o el sabor de la cerveza. Pero sin un hilo conductor que las una, estas comparaciones son solo lo que los antropólogos llamamos “extrañamientos”: una mirada sorprendida de las diferencias con nuestra cultura que, sin ese hilo, son solo fantasías o imágenes devueltas por un espejo invertido.
Entrando en la cuestión, una de las cosas que más me llamó la atención al llegar a España fue la línea de relato que une a la ultraderecha global. La emergencia de relatos y discursos tan parecidos no hace sino pensar que uno esta escuchando la misma canción ya sea sentado en un bar de Buenos Aires, en Sevilla o París.
La similitud de las prácticas y relatos de la ultraderecha no es algo nuevo. Es, simplemente, un rejunte de viejas ideas puestas a rodar otra vez con un aire de novedad. Pero, ¿a qué se debe su relativo éxito? Creo que no se basa en la fuerza de sus argumentos, sino en una serie de cuestiones interrelacionadas. Entre ellas, hay dos que considero cruciales: por un lado, vivimos en una sociedad más “líquida”, porosa e instantánea, donde las ideas parecen ser ahistóricas y desconectadas de los procesos de producción. Por el otro, a esto podemos sumarle la falta de respuestas de la democracia burguesa y formal a las demandas crecientes de una gran parte de la población mundial, lo que la ha transformado en una cáscara vacía.
Los problemas que enfrentamos en Argentina son en apariencia distintos a los de España o Europa, y de hecho, algunos lo son. Sin embargo, esto no invalida la necesidad de discutir cómo las ideas y los relatos que intentan darles respuestas se entrelazan, traspasando fronteras, articulando opciones de poder y ordenamiento de la sociedad que hacen imposible ignorarlos.
Desde esta perspectiva, me parece necesario reflexionar sobre estos relatos de la “nueva ultraderecha” y la forma en que trascienden lo meramente nacional para transformarse en un relato global. Un relato que enmarca prácticas y discursos generales para resolver problemas locales, buscando hacer digerible el fascismo en la nueva realidad. Estas ideas atraviesan distintas culturas, problemas e identidades, con elementos comunes que se ofrecen a sus conciudadanos, sin que ellos sospechen muchas veces el trasfondo histórico, político y social que traen consigo.
Los juegos del hambre: el equilibrio fiscal y el ajuste como solución final
La elección de este título no es casual, sino un punto de partida para entrelazar un futuro distópico con una realidad que ya es de por sí impensada y cruda.
En el filme Los juegos del Hambre, se presenta una sociedad dividida en distritos o guetos, formados por trabajadores, y un distrito central que ostenta el poder político, militar y tecnológico, donde la vida transcurre en el lujo y la comodidad. Cada año, los distritos deben entregar dos "tributos": un hombre y una mujer jóvenes que se sacrifican en una lucha a muerte de unos contra otros en una especie de Circo Romano, con el objetivo de mantener la unidad e integración de la sociedad.
Trayendo la ficción a la realidad, uno de los relatos más recurrentes de la ultraderecha es el ajuste y el equilibrio fiscal como forma de "racionalizar" la acción estatal. A través de recortes de derechos y partidas presupuestarias para la población, se busca elegir los "tributos" a sacrificar para que la "sociedad de bien" pueda prosperar. Esos tributos son, invariablemente, los jubilados, los niños o los pobres. Eso sí, nunca nos dicen quiénes son exactamente esa "sociedad de bien".
En Argentina, esta forma de decidir quién vive o quién muere tiene un nombre: Javier Milei. Este "experimento libertario" es relevante no por sus avances, sino por ser el espejo de lo que ultraderechas como Vox esperan lograr en España. Del éxito o fracaso de estas políticas de muerte, depende en gran medida que sigan avanzando estos movimientos en Europa.
Trayendo la ficción a la realidad, uno de los relatos más recurrentes de la ultraderecha es el ajuste y el equilibrio fiscal como forma de "racionalizar" la acción estatal. A través de recortes de derechos y partidas presupuestarias para la población, se busca elegir los "tributos" a sacrificar para que la "sociedad de bien" pueda prosperar. Esos tributos son, invariablemente, los jubilados, los niños o los pobres. Eso sí, nunca nos dicen quiénes son exactamente esa "sociedad de bien".
En Argentina, esta forma de decidir quién vive o quién muere tiene un nombre: Javier Milei. Este "experimento libertario" es relevante no por sus avances, sino por ser el espejo de lo que ultraderechas como Vox esperan lograr en España. Del éxito o fracaso de estas políticas de muerte, depende en gran medida que sigan avanzando estos movimientos en Europa.
En Argentina, el blanco de ataque de Milei son los jubilados, la salud pública, la educación y los derechos sociales. En España, al no tener la misma magnitud de problemas sociales que Argentina, el relato se enfoca en los extranjeros, los derechos de las minorías y la "injerencia" del Estado, arguyendo, con la misma retórica, que la justicia social es injusta.
Cuando uno escucha a los referentes de Vox, es difícil diferenciar si se está en un bar de Buenos Aires o de Madrid. Las políticas, ideas y prácticas son las mismas: "que cada uno ocupe el gueto que le corresponda, nosotros nos vamos a ocupar de decidir quién vive y quién muere". Es difícil construir una sociedad así, ¿no?
El fascismo y el nazismo tuvieron premisas subyacentes muy parecidas, que se arrogaron el derecho de decidir quién merecía vivir. Indagando un poco, los actores detrás de escena son los mismos: de Videla a Villaroel, y de la Falange a Ayuso o Abascal. Los viejos fascismos se disfrazan de demócratas, pero en el fondo, son los vestigios de viejas dictaduras que dejaron miles de muertos en Argentina y cientos de miles en España. No dejaron crímenes por cometer, así que esperar piedad o compasión de ellos por quienes más lo necesitan es casi una utopía.
Un fantasma recorre Europa: ¡Cuidado vienen los rojos!
Otro discurso de moda, que sería de comedia si no fuera tan presente en los relatos de la ultraderecha, es el de la aparición de los “comunistas”, los “soviéticos” o los “rojos” para demonizar a todo aquel que no se adhiera a los discursos de la "libertad".
Es interesante ver cómo extrapolan discursos de la Guerra Fría para construir una nueva doctrina macartista, donde quienes defienden los derechos de las mayorías a existir son el peligro. Se les acusa de haber vuelto para comerse a los chicos crudos o para destruir la identidad nacional, incluso en países como España, donde la nacionalidad es plural casi por definición.
En Argentina, este nuevo discurso macartista crea la sensación de que las distintas posturas de izquierda son anti argentinas, anti tradición, anti patria. Mientras tanto, los que se dedican a entregar los recursos naturales y financieros a las multinacionales norteamericanas son los representantes del gobierno de Milei. En España, donde la "españolidad" se sustenta sobre una cuestión histórica de raíces en distintos pueblos con sus idiomas y costumbres, los "rojos" parecen querer subvertirla para vaya a saber uno qué.
Afortunadamente para los españoles, Vox todavía no tiene el poder para realizar la entrega de su país a potencias extranjeras, pero ya van mostrando la hilacha, cuando se arrodillan frente a Trump o Netanyahu. El recurso de la "españolidad" es puramente una herramienta de convocatoria para los jóvenes o los desprevenidos, un llamado a construir una España única, católica y Real, que solo existe en la mente de unos trasnochados. En Argentina no tenemos rey, pero sí muchos cipayos que, con esa misma evocación de un discurso basado en “Dios, Patria, Hogar”, hipotecan el futuro de los argentinos, acusando a los otros de querer destruir los valores ancestrales.
El fascismo histórico nos da la pista de por dónde van los tiros. El nazismo también construyó la idea de una patria alemana única, capaz de volver a sus raíces históricas, una unidad que, como bien señala Benedict Anderson sobre el nacionalismo, pocas veces existió en la realidad.
Más allá del debate histórico, lo que busco resaltar es la idea de construir un "ellos" y un "nosotros". Un "ellos" como enemigo político, que se funda en el más insensato de los sentidos comunes para generar complicidad contra quienes piensan distinto, encarnando a esos "distintos" en grupos concretos: los jubilados, los inmigrantes, los estudiantes, etc. Las continuidades en este pensamiento, que ataca los cimientos de una sociedad libre, inclusiva y amplia, saltan a la vista.
El problema no son los rojos, ni el "enano soviético" de Kicillof. El problema es la distribución del poder y los recursos que una sociedad produce. Esa distribución debe ser utilizada para equilibrar la balanza entre quienes menos tienen y quienes se valen de sus privilegios para seguir acumulando riquezas. Ese es el quid de la cuestión.
¿Y ahora qué?
El desafío más grande es pensar cómo enfrentar estos discursos, pues implica un replanteo de la política, de las prácticas y de la crítica como ejercicio de pensamiento. Por eso, quiero detenerme solo en dos aspectos que, sin ser los únicos, considero esenciales para salir del atolladero que nos proponen hoy la democracia formal y la ultraderecha fascista.
El primero es cómo volver a representar las esperanzas de las mayorías, cómo convertir sus anhelos en realidades tangibles. Recuerdo que hace unos años el kirchnerismo usó el eslogan "La Patria es el otro", que me pareció ridículo no por malo, sino por pésimo. Nadie puede sostener que la patria es "el otro", porque ese otro puede ser Milei. Mi punto es que debemos abandonar los microproblemas para construir miradas más amplias donde todos se sientan parte: "la patria somos todos", es decir, los jubilados, los jóvenes, las mujeres, las diversidades sexuales, etc. Si nos quedamos en luchas fragmentadas por colectivos, sin una unidad ideológica, política y social, lo que sucede es que se gobierna solo para las minorías. Por eso, creo que es crucial recuperar el rol de las mayorías en la reconstrucción del Estado y en la idea de un bien común. No es que esas reivindicaciones no sean importantes, sino que es fundamental incluirlas en contextos más amplios, con problemas que nos afectan a todos, sin importar con quién dormimos, dónde trabajamos o qué pensamos.
Un segundo punto, crucial para la militancia, es recuperar la calle y la crítica. Hay que dejar la comodidad de las redes y los ordenadores para volver a hablar con el otro, a tener contacto. Incluso en Argentina, donde Milei ya transita sus últimos momentos, la militancia política parece mirar desde afuera, esperando que "el círculo rojo" o la "magia" lo derroquen.
Es fundamental recuperar la calle porque oponerse a este gobierno y poner fin a su tiranía es un mensaje para el mundo. Es un mensaje para los Vox, los Le Pen, los Orbán y las Meloni. La responsabilidad es mayor. Uno puede seguir en la comodidad de su casa opinando en redes sociales, pero eso no cambia nada. Lo que cambia la realidad es la movilización popular y la participación ciudadana en la calle, resistiendo activamente y no pactando con los tiranuelos de turno.
No nos olvidemos, el neoliberalismo encontró su Waterloo en Argentina, hagámosle ahora sentir el Leningrado al neofascismo disfrazado de propuesta republicana.
