La stásis peronista

02 de noviembre de 2024
Daniel Ezcurra

Daniel Ezcurra es militante, docente, historiador, miembro del CEPES (Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad). 

La política es conflicto. Y también es la transmutación simbólica de la violencia: “La política es la continuación de la guerra por otros medios” supo decir Karl von Clausewitz: ¿O era al revés?

Ojalá se acabara la discordia para los dioses y para los hombres, y con ella la ira, que lleva a enfurecerse hasta al hombre más sensato, cuando más dulce que la miel se nos introduce en el pecho y después va creciendo como el humo.

Ilíada XVIII

 

Que cruja pero que no se rompa

La política es conflicto. Y también es la transmutación simbólica de la violencia: “La política es la continuación de la guerra por otros medios” supo decir Karl von Clausewitz: ¿O era al revés?...

En la modernidad burguesa, al descentrarse como fuentes de autoridad y poder las monarquías y lo divino, se estructura una nueva forma de legitimidad basada en la representación de la sociedad política de los nacientes estados nacionales. Y esa representación de la “voluntad popular” de los ciudadanos estableció la arena política tal como la conocemos hoy. O mejor dicho como la conocíamos hasta la emergencia de la digitalización de la existencia.

Pero volvamos. En la democracia representativa hay que ganar elecciones para conducir el gobierno del estado. Es por eso que, en nuestro país, luego del advenimiento del primer movimiento nacional en el SXX (el Yrigoyenismo); los sectores más conservadores de la sociedad comenzaron a hablar de la “tiranía de las mayorías” y para combatirla justificaron y protagonizaron desestabilizaciones y golpes de estado.

El discurso de las élites se estructuró entonces oponiendo legitimidad a representación, república a democracia y gobierno de los más capaces a la ya mencionada tiranía de las mayorías. Es importante retener que ese conservadurismo político fue la otra cara de la moneda del liberalismo económico. Nos animamos a decir que los conservadores y también el nacionalismo confesional antipopular, a partir de 1930/45, fueron el furgón de cola (con menos elegancia podríamos decir los idiotas útiles) de toda intentona política liberal y neoliberal, sin que el reciente gobierno de Javier Milei sea una excepción a esta regla.

La piedra angular de la democracia representativa descansa en el contrapeso que significa la división de poderes y en un sistema de partidos políticos que tienen el monopolio de la representación y que aceptan las reglas de juego que impone el estado que aspiran a gobernar. Ese es el contexto estructural en el que se desarrolla la crisis política actual.

Javier Milei es el síntoma de hasta que punto el sistema de representación de nuestro país no está representando. Pero al mismo tiempo es la muestra de la elasticidad de un ecosistema que cruje pero que tuvo la capacidad de absorber al outsider, de evitar (por lo menos por ahora) la configuración de otros campos (que la historia del SXX argentino conoce perfectamente) para dirimir el conflicto político.

 

La obscenidad y el bajo continuo

Hay dos propiedades del peronismo que alumbran, por su ausencia, este escenario actual: Por un lado, su capacidad para detectar “la novedad” de los anhelos y esperanzas de las mayorías populares en un determinado momento histórico. Por otro; su caracterización como el partido de resolución de la crisis. No hay que tener el don de hablar con los perros para imaginar los vasos comunicantes entre ambas.

Es paradójico, pero el peronismo parece no entender las dinámicas de la sociedad que contribuyó a estructurar después del reseteo del 2001. Pero también, para complejizar un poco la cosa, podemos pensar otra lectura posible; las mayorías populares y las clases medias de esa sociedad estructurada con su protagonismo creen que ya no lo necesitan. Pueden arreglárselas sin ser representadas por el peronismo.

¿Y por qué podría estar pasando algo tan trascendente para la vida política argentina? Se me ocurren, entre muchas, dos razones inquietantes: 1- Luego del 2001 hubo más continuidades que las que estamos dispuestos a aceptar respecto al sentido común neoliberal. Quién esto escribe apeló a la noción musical de bajo continuo para dar cuenta de esa permanencia. 2- El grueso de la dirigencia peronista (como el resto de la clase política) incorporó en su comportamiento esa savia neoliberal. Obviamente no en los signos litúrgicos que mantiene para dar cuenta de su especificidad en el ecosistema político, sino en su saber hacer de la política. En su forma de resolver y de mirar el mundo. En su imaginario de bienestar y progreso. La obscenidad del yate y el gato es sólo la punta del iceberg. De hecho, como ya hemos compartido en estas páginas, aun en sus momentos más luminosos, las dos categorías más importantes de inclusión durante la década ganada fueron el consumo y los derechos; categoría liberal la una y republicana la otra, por ende, no específicas de la sociedad peronista como, por ejemplo, la comunidad organizada y la justicia social.

Entonces, la cuestión es que la volátil sociedad argentina para castigar a “la política” por una crisis que empezaba a vivirse como catástrofe, puso en línea el sentido común con la superestructura eligiendo a los representantes liberales que no sienten culpa de serlo. Es decir a los originales que son y se comportan como liberales y no a la copia.

 

La selfie como síntoma

En la actualidad, en medio del movimiento de placas tectónicas civilizacionales, la lógica de digitalización de la existencia ha llevado a aquel fenómeno descripto y denunciado en los 90 como farandulización de la política, hacia el paroxismo. Parafraseando al Señor Spock de Star Trek cuando decía “es la vida, pero no la vida tal como la hemos conocido”; podemos asegurar que es la política, pero no como la conocimos.

Y es que hoy, una parte central de esta noble actividad humana parece haberse convertido en un contenido más (y tal vez menor) de los que alimentan la frenética rueda sin fin de los algoritmos. Claro que el fenómeno no es nuevo. Ya en un lejano 1967 el filósofo y activista situacionista Guy Debord alertaba que "El espectáculo, entendido en su totalidad, es a la vez resultado y proyecto del modo de producción existente. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de entretenimientos, el espectáculo constituye el modelo actual de vida socialmente dominante”.

Más que nunca antes; la política se volvió espectáculo. Parece haberse rendido al comisariado y la curaduría de community managers y fotógrafos profesionales, hasta el punto en el que, en muchas prácticas militantes, los hechos ya no se miden tanto por su valor de construcción de comunidad sino por su potencial de hacerse virales. Todo a tono con el hedonismo que satura las redes sociales con el mensaje hiper-individualista de felicidad y autosatisfacción permanente.

Hablando de autosatisfacción, en el manual de estilo de la tecno-política nos encontramos en un lugar de privilegio a la política de la selfie. Y es que, así como en el capitalismo de plataformas la explotación se volvió autoexplotación, en el mundo de la comunicación digital el marketing se volvió automarketing. El reinado de la primera persona del singular por sobre la primera del plural. El yo sobre el nosotros. La selfie y la boleta única donde las caras pasan a ser más importantes que los partidos y las propuestas. No podemos dejar de recordar aquella frase de Margaret Tatcher que decía “no existe tal cosa como la sociedad, solo los individuos”. the only truth is reality. Sentido común de época. Estos fenómenos son la epidermis de relaciones sociales saturadas de neoliberalismo.

 

La tragedia griega del peronismo

Al mal gobierno de Alberto Ángel y Cristina Fernández le cabe aquella definición del gran general corso devenido en emperador; “la victoria tiene 100 padres, pero la derrota es huérfana”. Lo que en su momento fue celebrado como genialidad estratégica o jugada maestra pasó luego a ser criticado y ridiculizado hasta por los propios ministros en funciones que obviaron emular la conducta de aquellos sindicalistas combativos de la resistencia peronista de finales de los 60 que prefirieron la honra sin sindicatos a los sindicatos sin honra. El siguiente paso, fue negarlo muchas más de aquellas 3 veces con que Pedro negó a Jesús.

De allí en más, el peronismo entró en lo que los griegos llamaron con temor “stásis”; a saber, la división interna. La discordia en la propia ciudad. Y ese estado de debate y deliberación, pases de facturas, inmovilidad y “sálvese quien pueda” es la mejor comprobación de algo que también venía siendo negado con vehemencia: la falta de conducción del movimiento. De hecho, la propia Cristina reconoce hoy que el peronismo está torcido y desordenado y pide la conducción del Partido Justicialista para enderezarlo.  Pedido que muchos amigos del campeón ven con reserva en privado, pero aplauden en público.

Recorriendo su historia, podemos afirmar que los movimientos nacionales policlasistas tienen un problema particular a la hora de resolver la trasmisión intergeneracional del poder. Todavía resuenan aquellas graves palabras del General Perón al final de sus días cuando aseguró; “mi único heredero es el pueblo”. Uno esperaba que, en un peronismo fraccionado en varias partes, se pudiera ahondar el conflicto alrededor de la conducción, pero lo inesperado es qué al interior del kirchnerismo, se ponga en tela de juicio las credenciales del gobernador reelecto de la principal provincia argentina en un peronismo al que, después de la victoria libertaria, solo le quedan 4 gobernadores. Posdata; esto último es un hecho inédito, nunca ocurrido desde la vuelta de la democracia, pero que no parece generar ninguna pregunta sobre sus causas.

Para tratar de entender hasta donde se está llevando el conflicto, nos parece sugestivo y útil traer a Aristóteles, el que analizando la stásis (término que proviene del griego y que significativamente quiere decir secta o bando) recordará una ley promulgada por Solón que decía; “el que, estando dividida la ciudad, no tome las armas ni con unos ni con otros, quede condenado a la atimía (privación total o parcial de los derechos cívicos) y deje de tener parte en la ciudad”. La exigencia de no neutralidad en el momento de la confrontación se completa con el pedido de una compleja y conveniente amnistía posterior, pues la guerra civil obliga a tomar postura, pero luego de acaecida y definido ganadores y perdedores: reclama el olvido deliberado. Como se ve; nada nuevo bajo el sol.

Un ejemplo de ello podemos verlo en la apelación en clave moral al señalamiento de “traiciones” definidas por conductas actuales similares a las que los acusadores han tenido en el pasado y que hoy han sido convenientemente olvidadas. Quien haga arqueología política sobre, por ejemplo, las posturas respecto a la entrega y privatización de YPF en los años 90´ se llevará alguna sorpresa… La farandulización de la política coadyuva a la creación de un estilo de militancia más afín a un club de fans de Cris Morena que a la formación de cuadros políticos capaces de interpretar los intereses que se articulan en un determinado conflicto. La moralización de las conductas, reemplaza (y hace innecesarios) el esfuerzo de la discusión y los diagnósticos colectivos. Y sobre todo es más fácil para ser compartida por whatsapp y replicada por X. 

Los debates en el peronismo siempre son fuertes y estertóreos pero su misma existencia demuestran la vitalidad orgánica. Evitarlos luego de un largo período de crisis apelando a la verticalidad fundada en una lealtad que mal esconde un deseo de subordinación y/o obsecuencia, puede resultar tranquilizador, pero conlleva el peligro de apagar alertas necesarias para evitar ese momento trágico donde alguien grita, incluso desde la más completa inocencia, que el rey está desnudo.

El estado deliberativo existe y, más allá de los intereses de palacio de tirios y troyanos, tiene causas fundadas, sin que esto signifique desdecirse del amor, la admiración y la gratitud hacia los dirigentes que han marcado una época. Empujar a la militancia y los cuadros para que tomen el Bastón de Mariscal brindando un cauce para la discusión o sofocarla en nombre de la ortodoxia de los heterodoxos es una decisión que tendrá consecuencias sobre el presente y el futuro.

En algún momento el pueblo argentino buscará una alternativa a este desastre. El peronismo necesita refundar su credibilidad para demostrarle a las mayorías que tiene hombres y mujeres dispuestos a llevar la doctrina peronista más allá de las declaraciones de ocasión. Proponiendo lo que siempre propuso y adaptándolo a esta nueva realidad. Un orden, una sensibilidad, una sociabilidad, un proyecto. Nuevas canciones con la melodía de la más maravillosa música.