Así la vemos: Lealtad peronista en primera persona
Columna de opinión de Alberto Gómez desde los adultos mayores.
Esta, fue una semana muy especial para mí. Se conjugaron emoción, y sentimientos de ausencia en lo personal. Sufrí por mi memoria histórica de este bendito país, conociendo los manejos de desgobiernos para destruirlo. Me obsesiona verlo abandonado a su suerte, saqueado financieramente, esquilmados sus frutos, robado cínicamente por muchos dirigentes. Esos, mal llamados políticos, que solo son empresarios de los beneficios. Solo en una incompleta democracia, pueden tener la posibilidad de ser nuestros representantes.
El pasado Viernes 17, se cumplieron 80 años de la más grande muestra de amor de un Pueblo hacia su líder. Una muchedumbre, el Pueblo pobre, sacrificados trabajadores, y ciudadanos que, le ofrendaron a su máximo líder, una pueblada para rescatarlo de la injusticia, y reintegrarlo a la gestión donde creara infinitos derechos.
Eran épocas que las viví; en mi formación como peronista; a través de los relatos de mi padre, quien me fue inculcando que era el movimiento justicialista, sus luchas por los desposeídos y su amor por la Patria.
Así conocí que todo se inició en los reclamos de Unión Democrática, una alianza electoral entre la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista, creada para enfrentar a la fórmula Juan D. Perón-Hortensio Quijano, en las elecciones presidenciales que se realizarían en 1946.
Una Alianza que fuera apoyada por el embajador norteamericano Spruille Braden, para participar de la contienda electoral, luchando contra nuestro General Juan Domingo Perón.
Cuenta la Historia que la última reunión de Braden con Perón fue el 5 de julio y se mantuvo en los términos anteriores, donde Braden insistió con la cesión de las propiedades nazis, y pretendiendo concesiones para líneas aéreas de su país. Si el gobierno cumplía, dijo Braden, él no le iba a poner escollos a la presidencia.
Perón relató que ese día lo miró a la cara y le dijo: “En mi país el que hace eso, se lo llama hijo de puta”.
Luego del paso de los años, uno puede comparar como se actuó en cada época, ante los intentos coloniales.
Siguiendo con los recuerdos de mi viejo, durante la campaña del 46, las reiteradas manifestaciones de la alianza Unión Democrática contra nuestro líder, obligó al dictador Edelmiro J. Farrell a exigirle la renuncia al coronel Perón, su Secretario de Trabajo, al cual detuvo el 9 de octubre de 1945, para tres días después confinarlo en la isla Martín García, con posterior traslado al Hospital Militar.
Perón había logrado para la clase obrera enormes reivindicaciones, que los trabajadores no iban a ceder, por eso los sindicatos comenzaron a ejecutar acciones para recuperar al líder. El coronel Mercante, inició el plan de movilización, y los obreros se organizaron para lograrlo.
El 16 de octubre se organizaron multitudinarias manifestaciones en Avellaneda y Valentín Alsina, no obstante se levantaran los puentes, se cortaran accesos, al caer la tarde, llegaron unos dos mil a la Plaza de Mayo.
Para el día 17 ya eran millares los obreros que ocupaban la plaza reclamando la presencia de Perón, multitud que superó todos los impedimentos, y a pie llegaron hasta desbordar el centro histórico porteño.
El líder, a las 23:30 habló desde los balcones de la Casa Rosada para calmar a la multitud, a pedido del propio Farrell, temeroso de la exaltada multitud que clamaba por el regreso de su líder, el amado General Perón.
Se iniciaba el movimiento peronista. Una pueblada, que, se transformó en festejos del Día de la Lealtad Peronista, para que cada año, sea homenaje al Pueblo peronista, que rescató al líder de la prisión.
Luego, ese mismo Pueblo participó de la campaña electoral, y luchando contra la oposición y los designios coloniales de Norteamérica, la muchedumbre siguió movilizada, acompaño al peronismo, luchando por la victoria del justicialismo contra la oligarquía colonial que deseaba continuar al canto de Braden o Perón.
Cinco años después, de aquel glorioso día peronista del 17 de octubre de 1945, como un mandato familiar, el mismo Día de la Lealtad, yo llegaba al mundo. En el seno de un hogar de laburantes, con un padre fanático peronista, del General, acérrimo defensor de su ideal, luchador y solidario como exigía su líder, y la compañera Evita, amada por el Pueblo. Mi viejo era un descamisado que daría la vida por el movimiento y sus líderes.
A partir de ese momento, hasta tanto alcanzara algún grado de madurez intelectual, viví el peronismo por los relatos de mi viejo, tanto cuando estaba en casa, como en las juntadas familiares, donde las rondas con sus cuñados, masivamente peronistas, fui conociendo la historia que me contuvo hasta estos días.
Eran pocos los momentos que lo disfrutaba como padre, solo entre viaje y viaje con Ferrocarriles Argentinos; que había nacionalizado el General; como trabajador del salón comedor del servicio regular en toda la línea Sur. La anécdota, la más “emocionante”, la que me relataba ante cada requerimiento, y que como niño más disfrutaba, era el encuentro con Eva y el General, en uno de los viajes electorales de la pareja.
Me actuaba la escena, me describía que la empresa lo obligó a usar el traje de gala, para atender la mesa presidencial, y qué, al presentarse ante la pareja para ponerse a disposición, me describía como Eva lo miró un par de veces desde los pies hasta la cabeza, me explicaba sentirse aterrado, hasta que la señora le dijo “¿vos siempre usas esto?”, refiriéndose al uniforme, y ante su respuesta negativa, lo instó, “anda a ponerte la ropa de fajina, la que usas diariamente, y me venís a atender como un descamisado”.
Que orgullo sentía mi viejo, y más aún cuando regresó a la mesa y Evita reiteró la inspección ocular de la ropa, hasta ofrecerle un “ahora sí, ahora sos un trabajador peronista”.
Pero, también pude conocer de su boca los tristes acontecimientos que la barbarie del odio oligárquico había acometido contra el Pueblo. Con ojos llorosos me refería aquel 16 de junio de 1955, del bombardeo a la Plaza de Mayo repleta de trabajadores inermes, familias y hasta niños de excusión, que provocó más de 600 muertos y numerosos heridos, con la excusa de matar al “tirano”.
Muchos de aquellos cobardes pilotos de la muerte, mantienen herederos en las filas de los gobiernos que se sucedieron. Funcionarios de muchos gobiernos de facto cívico militares, y hasta el democrático actual.
Los cobardes asesinos, huyeron a Uruguay, amparados por la Injusticia que manejaba, al igual que hoy, la impunidad de los atacantes de todo sentimiento popular y nacional.
Me narraba lo doloroso del golpe al gobierno democrático del General, su derrocamiento, su posterior destierro, los ultrajes al cadáver de la siempre inolvidable Evita, el intento de desaparición de los símbolos, y hasta la imposibilidad de nombrar, al peronismo, pero mi viejo siempre me aconsejaba que el odio es el peor de los consejeros, que nunca deberíamos aplicarlo para discutir ideas.
Así, como con voz quebrada, más de una vez, me habló del General Juan José Valle, y los patriotas que murieron por defender al gobierno de Perón, de los traidores de la CGT que los habían abandonado a su suerte durante la huelga ferroviaria del 61.
Me mantenía dentro de los carriles de la moderación de mi viejo, hasta la traición de Arturo Frondizi. Traición cobarde del pacto con Perón, que le valió acceder al poder en 1958, e incumplir lo acordado, de levantar la proscripción del peronismo, y permitirle la participación en las siguientes elecciones.
Fue durante la más famosa huelga de Ferroviarios, que durara 42 días, que acumuló cientos de actos de sabotaje, cortes de vía de las familias ferroviarias, hasta que, el demócrata Frondizi, determinó la militarización de los servicios ferroviarios, y me tocó vivir el momento que cambio mi dialéctica educada, por una diatriba contra el odio oligarca, blasfemias constantes hacia los provocadores antipopulares.
Una mañana, yo con 11 años, acompañaba a mi viejo, tras desayunar, sentados en el umbral de nuestra casa, disfrutando de la tranquilidad del barrio, con su sempiterno pucho en los labios, y su tradicional pijama. Distendido, charlando de la familia y sobre los deseos para mi futuro, y se estaciona un viejo jeep militar, verde oliva, del que bajaron 4 milicos armados. Lo citan por su nombre, con una orden judicial, lo levantan, lo suben al rodado, y lo pelan a cero, ante las risas de los energúmenos que, como siempre han hecho, gozan del sufrimiento ajeno. Se lo llevaron, con rumbo desconocido, como era común en los informes policiales, y me dejaron abrazado a mi madre, solos y sin saber qué hacer. A los pocos días lo largaron.
Hasta allí, llegaron las enseñanzas y anécdotas del viejo, luego comencé a vivir mi propia “educación” política.
Fueron siete años de golpes institucionales. Juan Carlos Onganía al gobierno democrático del Dr. Humberto Illía, luego depuesto por Roberto M Levingston, general de brigada, venido de Norteamérica, quien asumió el poder de facto en 1970, con una propuesta de “argentinizar la economía”, y lograr cierto acercamiento a los partidos políticos. Tras la destitución del general de brigada, Agustín Lanusse asumió la presidencia de facto, 26 de marzo de 1971. Su mandato fue una combinación de autoritarismo militar y esfuerzos por normalizar la vida política argentina.
Ya el movimiento Montoneros mostraba su poder de fuego, y había logrado con el secuestro y muerte del Asesino General Aramburu mellar la sintonía fina de las fuerzas armadas. Muchos milicos se trataron de congraciar con algunos partidos políticos, pero, la Hora del Pueblo, creado por el delegado del General Perón, Jorge Paladino, y el líder radical Ricardo Balbín, comenzó a exigirle una salida electoral.
Se aceleraban los hechos, Rucci en la CGT, descontentos sociales en todo el país, puebladas como en Córdoba, conocida como "El Viborazo", por la designación del conservador Camilo Uriburu en la intervención provincial, y cuyo nombre a la reacción era porque los había llamdo víboras a los estudiantes y a los obreros en el Cordobazo. La CGT declaró una huelga activa, y el paro general del 12 de marzo de 1971 se transformó en una insurrección general, que tomó el control de la ciudad de Córdoba.
Lanusse, urgido por la creciente violencia (la masacre de Trelew, la fuga del penal, y los fusilamientos de los que se habían entregado, el 22 de Agosto 1972) y la falta de apoyos políticos, tuvo que llamar a un proceso de elecciones presidenciales.
Si bien intentó sostener la proscripción del general, expresó la famosa frase que lo condenó al peor de los destierros, al olvido de todos. Había dicho “Pero aquí no me corran más a mí, ni voy a admitir que corran más a ningún argentino, diciendo que Perón no viene porque no puede; permitiré que digan porque no quiere, pero en mi fuero íntimo diré porque no le da el cuero para venir”.
Y le dio el cuero a Juan Domingo Perón, y desde Madrid, designó como delegado personal para la presidencia a Héctor Cámpora.
El 17 de noviembre de 1972, regresa al país, nuestro General Juan Domingo Perón.
Las elecciones fueron ganadas por la fórmula Cámpora-Solano Lima y Lanusse tuvo que traspasar el poder el 25 de mayo de 1973 a Héctor Cámpora. Los militantes peronistas cantaban: “se van, se van, y nunca volverán”.
La presidencia del Tío, duró solo 49 días, desde el 25 de mayo hasta el 13 de julio de 1973. Durante su corto mandato, vivimos una etapa conocida como la “primavera camporista”, marcada por la apertura democrática, liberación de presos políticos (el “Devotazo”) y una efervescencia social con tomas de empresas y hospitales.
Nos quisieron hacer creer que esa etapa generaba sensación de desgobierno, aunque lo cierto es que crecieron las tensiones internas dentro del peronismo, especialmente entre los sectores más radicalizados, enfrentados a los conservadores peronistas, básicamente Guardia de Hierro.
Finalmente, en septiembre de 1973, Juan Domingo Perón fue elegido presidente por tercera vez, con el 62% de los votos, acompañado por su esposa María Estela Martínez como vicepresidenta.
Asumió el cargo el 12 de octubre de 1973, en un contexto internacional complejo: la crisis del petróleo y el golpe militar en Chile contra Salvador Allende, que había dado origen al Plan Cóndor para América Latina.
En su tercer gobierno, Perón intentó la unidad nacional, convocando a distintos sectores, pero profundizando aún más las divisiones internas del peronismo. La violencia política se intensificó, aparece la Triple A (José Lopez Rega), recrudeciendo enfrentamientos con las organizaciones armadas.
Perón intentó mediar entre los sectores enfrentados, pero su salud deteriorada limitó su gestión.
Finalmente, Juan Domingo Perón falleció el 1 de julio de 1974, tras una larga enfermedad, y asumió la presidencia su esposa, Isabel Martinez, en medio de una crisis institucional y de gran inestabilidad política, que culminaría en el golpe militar de 1976, otro eslabón programado en el Plan Cóndor que bajaba de USA.
A partir de allí culmina mi itinerario personal, analizando al peronismo del General, el del 45., e inicio otra vida evaluando un andrajoso movimiento peronista, deshilachado, en estado de abandono y desprolijidad. Con actores que durante más de treinta años han tratado de parecerse al Justicialismo del general, pero solo aglutinó millares de individuos que no daban la altura de muchos de los viejos militantes del movimiento.
Agrego que, mi historia post General, transcurre con siete años de aborrecible dictadura, la peor de todas de las que personalmente tuve que atravesar, la más cruel y asesina, la que generó incontables desapariciones, y mucha muerte, de tantos con los que compartimos la vida política anterior.
El regreso a la democracia me encuentra con una vida familiar conformada, un hijo, trabajo bien remunerado y la sensación que la vida política, era como un cuadro lavado de aquella dirigencia que, compartiéramos desde la adolescencia. Muchos transformados en empresarios de la política, solo buscando; en la gran mayoría; el beneficio particular, en lugar del beneficio de la sociedad.
Los años me cambiaron, la perspectiva de la política, me aburguesaron, acomodé a sentirme otro “apolítico”.
Solo la sangre política nueva, de nuestros descendientes, me despertaron la esperanza de una renovación de aquellos votos de la muchedumbre que había rescatado al general de la oligarquía.
Los vi luchar en las calles durante la tragedia del 2001, siendo el pecho que escudó los reclamos de mucha clase media que, como yo, eran apolíticos en su comodidad. Los vi militar la época ganada, con Néstor Kirchner, seguir sosteniendo la vida social de los que menos tienen en el gobierno de Cristina, pero nuevamente los antídotos que expele la anti política, me retrotrajo a la negación, y desesperanzado.
No me pude recuperar de las traiciones de los 90, menos de los esquejes liberales de De la Rúa, Macri, replicada en aquella alianza tripartita progresista, pandemia por medio, que me depositó en una nueva instancia colonial del país, una repetición de aquel Braden o Perón, pero con un demente amoral entregado.
Y aquí estamos, sin dirigencia política ni gremial, sin militancia, con una sociedad asimilada a la Idiocracia de aquella película que enseño la vida guionada en lo social, que tiende a la supremacía de los más idiotas, obsolescente cultura, reemplazada por slogans, donde la verdad se cree conseguir gritando más fuerte.
Perdimos toda capacidad de asombro, no tenemos reacción al “dolor” de no ser, y hasta prescindimos cualquier control sobre las aberraciones de los idiotas que dirigen, muchos en mérito a su poder económico (pagar para llegar), y solo para acrecentar sus egos económicos, no sus calidades civilizatorias.
Esta semana no tengo conclusiones, solo me sale del alma un VIVA PERON CARAJO.